martes, 29 de julio de 2008

Veranistas



Estamos en la chicane que comunica julio con agosto, el meridiano de Greenwich del verano. Esta estación siempre ha sido un mundo aparte y siempre lo será, al menos para los que nos consideramos veranistas, quienes firmaríamos en un manifiesto por la tropicalización de España.

En nuestra in-fancia nos torrábamos conguitos al sol siempre en la calle, jugando al cinto quemado, a fúngol, a la charanga, con las rodillas llenas de heridas a lo Lorenzo ciclista, y yendo a coger un bocata rápido a casa, para continuar en la calle que era donde vivíamos.

Luego en la adolescencia ya nos empezamos a tontolizar, a fijarnos en alguna chica, a escribir cosas de tiza en las paredes y no en el suelo, como si nuestro exhibicionismo empezase a importar. Seguíamos fuera de casa, en la calle, en la playa, y en los primeros bares de nuestras vidas, lugares incómodos y poco nuestros al inicio.
Es curiosa la solidaridad de la panda de amigos del verano, todos corrían a por el bocata de la cena para volver a verse, nadie se quedaba en casa aunque fuera para sentarse en unas escaleras y matar-torturar el tiempo sin hacer nada. Parece que los niños se necesiten, como los dominicanos necesitan aparcar los coches en doble fila en la ciudad y seguir su vida de malecón.
Es chocante como amigos del verano en la costa, no se veían el resto del año en la ciudad, como si verano e invierno fuesen países distintos.

Y es que ya de mayores irrumpe como un golpe en la cara el individualismo en los veranos, y parece una tragedia el verano en la ciudad, adelgazadas ya las vacaciones, por ser laborales y no estudiantiles. El no correr para cenar por cansancio y acabar en la celda pegajosa nocturna. El no poder bajar a la calle o a la playa, porque todos esos bajitos morenos han crecido, ya están todos colocados en alguna celda-casa como la tuya, la niña del corazón de tiza para siempre acabó embarazada del cabrón del pueblo, y la solidaridad de sangre del verano sólo nos la juramos antes de querer luego cambiar el mundo y después de tener que aparcar nuestro corazón de niño en doble fila.

Ninguno de los Luises, Antonios, Gustavos, Migueles, Belenes, Maris o Marceles, hubiera dado un duro por cogerse un avión en la chicane de julio e irse a Isla Mauricio o Punta Cana. Los tiempos cambian, y todos esos viajones al edén que buscamos, puede que no sean otra forma que intentar recuperar aquel edén vacacional de nuestros veranos de los 80 y los 90... donde un frankfurt con servilleta, una noche cálida con arena, unos ojos azules maños y el olor a salitre, bastaban para Nunca dejar de sonreír.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Totalmente cierto!!