miércoles, 10 de septiembre de 2008

De la locura I

La locura, el abandonamiento de este mundo por una rendija irreversible, es una realidad que estremece y admira uno incómodamente. Ese irse la cabeza ingrávida sin ninguna tracción suficiente con la corteza de la realidad, pero a la vez flotante en una estratosfera no tan distante y divisable, me hace querer disponer de un observatorio doliente pero de gran fecundidad ilustrativa, sobre esta vida y las entrañas de lo que nos hace humanos.

Me gustaría inagurar una serie de posts que imagino no serán consecutivos, a modo de observatorio, alrededor del fenómeno de la locura. Para ello invito a Romina para que me ayude ilustrando con su experiencia en centros clínicos que acogen a dichas personas, vivencia que yo no poseo.
Cruzarse con esta condición humana a nadie deja mínimamente indiferente. Sobretodo conmueve el momento de la punzada del otro mundo, el momento de desenganche con esta realidad, y su adentrarse en la otra, con sendas igual de invisibles que ésta, pero de recorrido totalmente imposible para una persona cuerda. Tránsito enrevesado, inconexo, demasiado ligero y fantasioso, retorcido, ilógico, como un espadachín que se ocupa de ideas sin imanes, un quijote cada minuto que no puede ver, ni etiquetar, ni acertar en el decir, sólo soñar en un código contra toda convención. -De hecho los artistas esquían por las mismas laderas de la locura derrapando a la enfermedad con su genética asentada-.

Estar ido es haber tomado esos caminos posibles en nuestra imaginación, pero siempre descartados por los anclados en este mundo ya que son una fuga de nuestro magnetismo innato a las cosas. La locura, que no enajenación, de fuerte base genética, es un desajuste de humores que hace perder fuerza a ese imán líquido que nos adecúa con el mundo. Y en los alquimistas neuroquímicos recae el honroso oficio de devolver esas vidas que penan de regreso a esta orilla. La locura tiene lugares en el cerebro y los mecánicos de él luchan por saber orquestar tal desinfonía.

Todos tenemos una pizca de esa falta de pragmatismo biológico que nos pondría un 10 en eficiencia en el mundo. A todos se nos va la cordura como un globo hasta que nos damos cuenta y tiramos de él hacia nosotros. A veces simplemente peta por el otro lado, por enterrarla, por reprimirla, reducirla a un metro cuadrado de posibilidades.
Neurosis y psicosis, Hölderlin y Pocholo, aún queda mucho por observar con detenimiento...

2 comentarios:

elnaugrafodigital dijo...

La locura no tiene ninguna gracia, como me cuenta a menudo un amigo psiquiatra, arredrado por más de una amenaza de muerte y en riesgo constante de ser agredido -ya lo ha sido en una ocasión- por esas mentes indómitas y, a menudo, peligrosas.

Si tuviera que creer en Dios, diría que existe por la existencia de esa cosa llamada cordura, que es la tendencia de la mente a encontrar ciertos equilibrios y a eludir ese mareo permanente y atroz del alma que es estar loco.

Siberieee εïз... dijo...

Joeeer, que forma tan bonita de contarlo...parece un cuento, que he tenido que leer 3 veces, (sin amago de análisis) Bonitas són también las palabras del náufrago. Siento no poder ayudarte en ésto. Principalmente porque mis experiencias no me convierten en profesional del tema, pero sobretodo porque cada historia que he vivido es única, personal e intransferible (a la par que : con-fi-den-cial). Lo que sí puedo decir es que todos tenemos nuestro punto de locura, nuestros temores, nuestros fantasmas, y sólo algunos poseen el don y la varita mágica de no caer jamás. O quizá ninguno.

un abrazo my friend.