jueves, 25 de septiembre de 2008

Nacho y Martita

Se incorporó dando una patada contra el reposapies del sofá, con más ira aún al no llegar porque no estaba a la distancia de sus pies, estaba al alcance de los de él. Aguantó el impacto contra la madera con una mirada clavada hacia el frente que seguía luchando contra la en-fermedad del momento, pero fue a dar, en la diana de aquel libro ajeno tan odiado por ella: "La vida más falsa del mundo".

Entonces se empezó a dar cuenta que toda la casa era un país de Nacho, y que el abdicar de él encima se producía con gestos suyos contagiados por el tiempo, ese fruncir los labios tan poco de los Vallejo. Nadie les avisó ni educó que quererse sí iba a derivar en unas medidas de la cama y unos colores precisos de la decoración, pero que no iban a obrar unos duendes la cirugía estética de su personalidad. Seguía siendo ella misma, pero no se sentía nada bien recubierta de toda una piel que no podía ser tan fácil de remover. Se habían moldeado el uno al otro, y habían hecho el pack necesario para ir y estar en casi todos los sitios juntos. Ahora ese molde no pasaba por ninguno de los túneles de la vida individual, porque siempre chocaban los añadidos pegados del otro.

Marta no era de quedarse los sábados por la mañana en casa, pero la gravedad del parquet del piso había aumentado con Nacho 3 años ahí, por algún extraño motivo le costaba abandonar el sofá, y siempre que se rebelaba contra aquel virus contraído acababa enervándose a la manera de sus tres años de convivencia, porque después de tanto entrenar la disputa, hasta al caniche le nombraba Nacho cuando rascaba las puertas de la casa. Estaba rodeada, sitiada, por dentro y por fuera. Sonó el timbre de la casa, fue abrir con esperanza de que alguien la liberara. Era Nacho. Venía a buscar su libro, lo dijo con una voz afligida, remarcando una vez más lo dura que era la vida lejos de él. Marta se lo quedó mirando como una árbitro de tenis, y sintió un 40 nada en el último set a su favor, de un torneo tan desprestigiado que ni quería ganar. Sintió más rabia. Nacho aún no había dicho la última palabra, siempre había sido un gran actor.

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