jueves, 4 de septiembre de 2008

Transfiguraciones

Repito este post cocinado hoy en el blog 3º, para los ojos esquivos del señor Eduardo Laporte (no se me quejará la pelota que le doy):

Me escapo de mí mismo hablando de transfiguraciones. Aquellos cambios de las personas que pueden hacernos dudar si estamos frente al mismo individuo (obvio que me refiero a los de personalidad y no los físicos, por el blog en sí, ya sabéis). Creo que es condición necesaria creer en ellos. Para mutar, para operarse por dentro, contener en sí una revolución, hay que creer en tal flexibilidad. Y no hay que tener miedo a doblarse el psiquismo creyendo que se romperá o lastimará. Hay que ser un poco equilibrista de las realidades mentales.
O bien, estar en manos de un fisioterapeuta psíquico que nos rehabilite lo doblado. Sí, solemos acudir sólo al psicólogo en casos clínicos, y quizás los psicólogos harían una gran labor a los sanos, como una ortodoncia o higiene dental hace rutinariamente, o un mecánico pone a punto y tunea nuestros autos. Un tunning mental.

Pocas cosas dan más lástima que descubrir a una persona-capa de barniz. Aquellas adultas que se les nota la capa de barniz como adaptación a lo diverso, a lo cambiante, un mero postizo complaciente hecho más por el qué dirán. Se les nota que todo lo que son ha sido educado, instruido, absorbido en la infancia, pero únicamente le han añadido una capa de barniz social, una pegatina que ponga "crecido", y una gesticulación acorde con su edad.
Muchas veces la simple comunicación a pie de calle con estas personas se hace complicada, pues es hablar con un niño grande, y nunca sabes si hablarle al niño o limitarte a no hablarle a la parte grande postiza e inerte.

Existen músculos en la psique, y existe un esqueleto o configuración. Cada cual se podría mirar a un espejo y verla, al menos intuirla. Y como todo en la vida se puede modelar. Nunca estamos condenados a ser de una manera, existen ejercicios para cambiar la forma de ser.
No obstante es curioso como la generación de nuestros padres, y supongo las anteriores, creían en el inmovilismo. "Yo tengo una forma de ser ya, y no voy a cambiar". Entre una mezcla de terquedad y orgullo. La posguerra, la dureza de la vida material, hace como menos dúctiles de mente a las personas. Insisto, que las creencias en un dios que se extinguen como una ola en las orillas del siglo XXI, mucho tenían que ver con ese inmovilismo, rigidez y hábito a no flexibilizarse. Eran a la vez necesarias socialmente en su tiempo, pues todo lo pasado fue necesario (por existir).

Hoy en día, época de libertades y espacios vacíos a recorrer sin muros ni paredes, estamos destinados a movernos o encartonarnos mentalmente, a menos que inventemos otras formas de quedarnos quietos psíquicamente. Todo lo que hoy nos recuerde a gomina mental: telebasura, metrosexualismo, etc... son nuevas formas de no pensar o querer seguir siendo siempre los mismos.

Amorrarse a una pareja para pasar los ratos de los años y las tardes de los domingos, es también condenarse a vivir la vida en pause toda la existencia.
Tirarse a la piscina de la aventura con alguien que sabes que vas a tener que aprender a amar cada día, quizás es el secreto para no parar de enriquecerse y hacer que la vida de uno sea, una maravilla con forma de enigma, entrega, pasión y no exista la palabra límite
Tiremos los amores chicle, los precocinados, los pre-hechos... Consumamos amores con aventura, no acabados, necesarios, urgentes y delicados, serenos en sí mismos.

Náufrago, o no es el amor el mayor de los localismos?

2 comentarios:

elnaugrafodigital dijo...

Joder, cuántos honores. Quería decir aquello que dijo Richard Gere en PW de "me encanta que me hagan la pelota", pero esa última referencia a mi persona me ha dejado como trastabillado. Como si una vocecilla divina (le peloteo ahora a vd) me hubiera hablado directamente a la pelusilla azul del ombligo. JARL.

Le diré que me ha gustado su post y que sobre eso algo había rumiado yo con anterioridaz. Resulta que la generación anterior, la de nuestros padres, vivió en cierto inmovilismo (o se movió un rato y luego dedició que pa' que, que mejor estarse quietos y consumir objetos de consumo). Se entregó, pues, a un alcoholismo social que esquivó cualquier tipo de crecimiento personal, y fueron víctimas de un cierto stablishment de la conducta, que se tradujo en unas vidas tirando a fofas, salvado excepcioes que supieron reciclarse a tiempo. Ahora vagan como pilotos con gangrena en chalupas con gas xenón.

Vivimos el tiempo del movimiento, de avanzar, pero sólo unos pocos lo hacen -hacemos- en una buena dirección. El resto imita al pato mareado, creyendo que el movimiento es abonarse a Ryan Air y follar todo lo que se pueda. Y no. Así no hay "posibilidad de una isla" que valga. Porque todos tenemos que avanzar, retroceder, mirar, remirar, investigar, parar, sentir, oler, y disfrutar para, llegado un momento de nuestra senectud, retirarnos a esa verdadera isla de nuestras concienicas, echar la vista atrás, y sentir el reconfortante triunfo de una vida vivida tal y como soñamos con la autenticidad de un niño.
Con amor, claro, el mayor de los localismos.

Jordi Santamaria dijo...

Sí, llegar a viejo, mirar atrás, y "sentir el reconfortante triunfo de una vida vivida tal y como soñamos con la autenticidad de un niño" sería muy bonito (con ojos del alma abiertos como bisagras).