miércoles, 31 de diciembre de 2008

La velocidad de los estados expansivos

Charlaremos aujour d´hui de los subidones, experiencias cumbre según Maslow, estados disociados positivos según Laporte, o períodos de verdadera felicidad e inspiración máxima. Los momentos humanos más cercanos a la mística, tesoros de las entrañas de forma natural, o diana adictiva y agujero negro si se elicita artificialmente. Es curioso esta vecindad mortífera de la felicidad y el sumidero psíquico de los humanos, como que si te equivocas de casa al llegar, abre la vecina de la felicidad con una guadaña; porque sus fachadas equivocan, y uno aprende a dejarse caer mejor por la inconfundible puerta de atrás de lo feliz. A la felicidad se la reconoce mejor por el culo que no por su cara pues, y entrarle con drogas es entrarle por la jeta. El delicado y frágil lugar de la felicidad.

Por eso, esta porcelana china nunca dura más de lo deseado. Los cénits de nuestras vidas son breves, interruptus, porque por definición un cénit es eso. Consuelo-el-queda, de volver otro día gratis a ese paraíso perdido.
Pero miremos lo que sucede en el cerebro cuando encarna esos estados expansivos. Hay un aleteo cortical de mucho cuidado, un nivel de revoluciones de máximos, como si todo funcionase optimizado y las neuronas tomasen las curvas despeinándose fugaces y se tornasen todas sabias conocedoras de su vertiginoso y certero camino.
Son esos momentos en que todo tiene sentido, todo se enlaza y cuadra, como jeroglíficos resueltos en cascada. La olla tiene poco de vertedero y mucho de círculo virtuoso.
Existe el estado sólido, el líquido, el gaseoso, y éste es el estado de la lucidez. Pero una lucidez desbordada y desordenada, que es imposible pescar, ya que hay una abundancia de peces que rebosa cualquier red que los fije, sea papel o grabadora, y existe además una rebeldía de lo vívido a ser secado en palabra o recuerdo, una limitación por donde simplemente no cabe.
Son inundaciones. Momentos de precipitaciones intensas, que encharcan el pensar de bellos reflejos, con su arco iris posterior, y su paso a otra cosa. Supongo que depende de la meteorología imaginativa de cada persona, cada uno tenemos un clima mental, el mío es así de lluvias torrenciales aisladas y períodos de sequía entre descargas, mediterráneo, como si se hubiese abarcelonesado por ósmosis. Los debe haber tropicales, más continentales, monzónicos y desérticos.

Ganan un poso de irrealidad cuando tras tal aleteo cerebral en que Todo está mucho más interconectado, las carreteras de la cabeza parecen apagarse, dormirse y volver a un estado corriente en que el cerebro parece más monobloque, serio y compacto, ya no felizmente disociado. Es una cuestión de velocidad y revoluciones sí, pero de naturaleza exponencial. La potencia asociativa se empina a medida que se le echa carbón, y el pasar de un estado expansivo a un estado laborable de conciencia tiene una sensación de bajuna, como la del post-orgasmo masculino. Cuando se pasa de un estado poseído a un estado en off.
Los poseimientos de la vida y los minutos después de ellos. Cielo y tierra.

Y comento todo esto en un tren a las puertas de Amsterdam, con olor a épica venidera, y quioscos, con dulces y drogas em paquetes. Entramos en un reino expansivo. Prometo alguna crónica élfica. Con algún dragón, reyes, y...

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