miércoles, 6 de mayo de 2009

Física de lo cotidiano: los tensores del tiempo

Existe una física de lo cotidiano que habla de los tensores del tiempo, o de esas tensiones capaces de proyectar un horizonte existencial. Cuando somos estudiantes el mantel de tiempo que todo lo ocupa, está tonificado por la escalera de cursos a subir, y por cada ciclo anual a circular. El horizonte y el paisaje, están bien claros y definidos. Hay un eje para el tiempo que vertebra días y meses, sólo quedando colorear los huecos libres de ese esquema.
La década de los 20 parece una escalera a un ático que resulta ser, la estepa de los 30: llana, inabarcable, silbada por el viento, sin horizonte a la vista. Tras seguir letreros y más letreros hacia ese lugar alto, realización de todos los timones, nos sentimos una hiena solitaria en esa meseta desolada. Y esta clara crisis de sentido, que amenaza al lobo estepario/a en tornarse fría tundra en los 40, sabana de depredadores en los 50, y desierto mortífero en los 60, se vuelve mero decorado si alguien vuelve a tensar el eje del tiempo, si algo atiza el sentido de nuevo y obra el milagro cuántico por dentro.
Nuestra sociedad individualista no avisa que la torre de babel de nuestra excelsa capacitación conduce a una emboscada en la estepa de la madurez. Estamos programados para hacer nido y para transmitir a las futuras generaciones las mejoras y lo aprendido, no tanto para quedárnoslo todo y con eso acabar solos en esa estepa. Me siento un polluelo pensando que mis padres se han pasado toda la vida currando y ni siquiera se plantean vender parte de su patrimonio requetesudado para así legárselo a sus hijos. Sé que mi generación no hará eso, nos desviviremos tal vez en entender mucho más los nuevos tiempos y mentes de los hijos, pero no seremos tan sacrificados en lo material, son otros tiemposes.
En la era de nuestros padres nadie acababa en una estepa. Sí quizás en una mesa remendada, con arroz y pollo para 3 o más hijos, entre gritos, con dolor de riñones, y frente a una tele en blanco y negro. Era un pulso cotidiano, pero con todos los tensores del tiempo pulsados y las cuerdas del sentido vibrando. Un hijo vuelve a dotar de eje toda estepa, tundra y llanura, es lo que la física de lo cotidiano y alguna lectora de este blog llama el centro de gravedad. La vida es orbitar más que descubrir un mediterráneo, aunque sea difícil en esta encrucijada de los siglos en que se chocan natalidad y progreso. ¿Quién coño quiere llegar a Marte, el planeta de la estepa, pudiendo oler a sudado y vida, tras unos pañales o un entreno de gimnasia del cachorro?

Etiquetas: follen y vean, la llamada de la selva, centro de gravedad, la estepa de los 30, los tensores del tiempo, física de lo cotidiano, orbitar.

Próximas entregas: el espoleo o puya original.

2 comentarios:

carmen dijo...

Hasta los treinta la bondad y todo el idealismo delmundo. A los treinta la responsabilidad, el desencanto, los horizontes menos claros. A los cuarenta los sentidos, los cambios, nuevas ilusiones, pérdidas, encuentros. A .los cincuenta el descaro, la verdad a tope, y la pasión, sí , la pasión por todo.
No se nada de los sesenta...

Mònica dijo...

A los treinta desencanto? debo estar en los cincuenta...
besos