lunes, 22 de junio de 2009

Escribir porque NO

Suelen ir a visitar un zoo de humanos, con sus escaparates dispuestos según razas y estirpes. En un panel de la sección de homos ociosus, se decía que un 88 % de los trillones de humanos no habían escrito. En sus vidas plantaron plantas, pasearon perros, hicieron casas, se reprodujeron y soñaron que de los grifos saldría un día cerveza. Pero nunca les dio por escribir como hábito mundano.
Un cuadro sinóptico demostraba que los vectores genéticos y ambientales nunca se alinearon para formar una vertiente que fuera a dar a la mar de la literatura. Ésta siempre se quedaba en la nuca de los hechos, como una posibilidad antípoda de lo factual. Ni en los más orales hiperdotados se filtraba sustancia diletante escrita, y evaporaba. Pero en todos ellos, en sus sillas artesonadas, sus traspapeleos de despacho, sus campos labrados, en ellos había un germen de literatura amenazado de nunca posarse y acabar como obra muda e imperceptible. Millones de abortos literarios que callaron para siempre. ¿Qué porcentaje de la realidad es literatura? Un 0,38 %? ¿Y qué polo de ella ha triunfado más en su movimiento pendular, el ocio o la trascendencia? ¿La madre de un literato es más literata que nadie? ¿Tiene carnes, sangre, genes y útero artístico? ¿El secreto está en los potitos, prescripciones y lenguaje que utilizaba?
Si existiera una transrealidad, la transliteratura estaría llena de las cosas que la conforman sin ser literatura. Somos algo por todo lo de afuera que nos delimita. Algo así dice Sein und Zeit, por cierto.
Qué inconcluso y poco martillo se vuelve todo cuando se filosofa, las cosas se machetean en lo concreto, y se eternizan suspendidas en los conceptos.
Inconcluso es todo, si acaso se cierra por derribo, pero prosigue siempre el suspense diluidísimo de todo. Filosofar es también tener encendido el software del trabajo, porque el software de los juegos no se encendió por si solo y está ausente. Un peligroso hábito de entender el procesador como un sacrificio más que como una experiencia. Y el escritor no deja de ser ese freakie cuyo juego preferido, es un Word o blogger cualquiera, extraña criatura de Homo ociousus y curiosidad casual de Homo sapiens

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