domingo, 14 de febrero de 2010

Novélame

Mientras Nacho reposaba la cabeza sobre su asiento mirando a su señal de no fumar, parecía recibir todo el peso de la aeronave sobre sus sienes. Su vida ahora pesaba más que nunca.

Un avión es un lugar que suena a aire, sin haber ninguna compuerta abierta. Un sonido perpetuo y envolvente, propio de quien viviera dentro de un aparato de ventilación. De hecho no dista mucho de un tránsito espacial. Es como estar en suspensión, la mayoría de gente planifica tareas varias con las que llenar el temido tiempo de vuelo transatlántico, pero luego se paralizan por el aturdimiento, en este lapso de vida sentada dentro de una tubería de ventilación. Nacho hasta tenía agendado ordenar toda la música acumulada en lustros en su reproductor de música, pero no acabó haciendo nada y fue raptado por la nadería cómoda de un viaje en avión.

Sus ideas rebotaban con violencia de extremo a extremo, simulaban tener vida propia, y siempre da miedo ver que el contenido de tu pensamiento se separa de ti e irrumpe sin timón de tu voluntad. Escenas de la vida pasada con Marta ahora, paraísos inventados en los que refugiarse luego, especulaciones paranoicas sobre aquel señor mayor de la cara de plástico que estaba sentado a su vera.

Sergio Moliner intenta darle cancha de nuevo. - Has leído alguna vez "El cortacésped quebrado" de Félix Vallejo? - Zzzzzzzz. La respuesta de Nacho es un leve ronquido, Sergio resopla en silencio, repica con los dedos, se acuerda de un refrán que no pronuncia. De 10 gestos y expresiones que emite, ocho suelen ser de trámite cortés o llenasilencios. Desde 1977 no había tenido ningún conflicto con alguien que hubiese tratado. Estaba diseñado para la cortesía y el decoro. Coderas en su chaqueta, un paquete de pañuelos renovado religiosamente cada domingo, iniciales bordadas en todas sus prendas. De las pocas cosas que le irritaban, una era el yoga. Él, que sin saberlo respiraba mejor que los cánones de un pneumólogo, con el mismo mimo para su ritmo de tareas que el que dispensaba para el trato considerado hacia los demás. A su propio cuerpo le abría las mismas puertas con educación, brindándole toda pauta de corrección: salud, dieta, elasticidad, ejercicio, ningún exceso. Pero en la parcela de fundamentalismo y orgullo que todos tenemos, detestaba todas las recomendaciones panegíricas sobre salud que no fueran occidentales. Tenía un racismo procedimental, como si no le cupiese ya en su extensa comprensión y respeto hacia los demás nada que no fuera de su cultura. Le habían propuesto sus padres cubrir la atención a los demás en el tú a tú como objetivo básico, ese fue el menú educativo que ingirió Sergio Moliner, aderezado con un olvido sistemático a otras culturas, que cuando fueron descubiertas tras la España triste, fueron un choque no tolerado por el profesor. Para nada sospecha que su vida va a partirse en dos tan sólo al pisar Costa Rica. Sólo sus allegados saben que el profesor nunca había salido de su provincia en 72 años de vida ceniza.

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