martes, 20 de abril de 2010

Facebook y metafísica

Recuerdo la facultad de filosofía a la que fui. Un lugar donde formarse en una de las disciplinas más colindante con la precariedad laboral, donde la mayor parte de sus estudiantes pasaban de la propia facultad con futuro más que incierto. O sea, un nido de futuros en negativo.

Esa fue la segunda elección, en la primera facultad a la que fui me borré al segundo día, la UB de Barcelona, y cuando digo el segundo día, fue ni uno más ni uno menos. Días más tarde fui a parar a la comentada en el párrafo anterior.

Pese a compaginarla con Psicología, e incluso empezar Farmacia al final de ellas, de 20 asignaturas posibles iba a clase a una o ninguna. Empecé a hacerme yo mis propias asignaturas a base de ir de biblioteca en biblioteca en horas de clase, y leer y profundizar lo que creía que valía la pena.

Eso chicos fue una putada. A nadie a más que a mí le apetecía ir a la Universidad y aprender y engullir todo el saber posible. Fue una mierda. Dios no existe porque permite que el funcionariado aposentado devore las ilusiones de jóvenes todavía sanos e intactos.

Me equivoqué, y hoy van bastantes. Nadie tampoco me transmitió, que aparte de que en filosofía no había casi salidas, algo obvio, que en las facultades existentes, al menos en mi territorio, yo me iba a pudrir, iba a perder el tiempo, e iba a seccionar mis años de universidad sin sutura.
Luego vino lo de encontrar un catedrático por el que apostar, y que resultó rana, se quiso acostar conmigo, y le dio un toque rosa a la metafísica que la acabó de matar, juas.

Mi carrera de ciencias se queda allí en una vida paralela. Montones de datos empíricos, contrastados, fruto de la comunidad científica, verdadero conocimiento, miles de huesos que roer para una mente con picores cognoscitivos. Una maniobra que ahora a los 33, 15 años después de aquel debut en filosofía de la UB, se hace atávica.
Lenguaje, ciencia, y filosofía oblicua; tres fortunas que a veces han llovido a la vez en mi vida. Sálvame de luxe, Ibrahimovic, Facebook... cotidianeidades que más que huesos que roer para la mente, son patatas grasientas y transgénicas que comemos disponibles a todas horas.
Y qué feliz debe ser aquel científico tímido, con un sueldo la mitad de un comercial inmobiliario, encerrado en el laboratorio diez horas diarias, entre bacterios y platihelmintos, pero sincronizada su mente con lo que de verdad le importa en el mundo.

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