miércoles, 9 de junio de 2010

Escrito con título aplazado por un tiempo



Vine a Praga, a romper esta canción.

Aquí estamos a la intemperie. Tumbado bajo las estrellas bien dentro de casa.
El taquígrafo que es un escritor sólo pinta muy pocos senderos de la realidad, y muchas veces le falla la tinta o el papel no está. Nada es más parcial para un escritor que su obra. Fuera de su sistema. Hablo de destellos singulares de expresión única. Esos, no volverán.

Y lo que se pinta en el papel es lo que queda. Hablo de esto porque me parece lo más importante, remarcar todo lo que se escapa por el sedal de la escritura.
Por otro costado, que lo que más nos importa es la felicidad es algo tan obviales, que decirlo es hacerse idiota. La felicidad es la ralla de la suma, el marcador de la desdicha o su falta, el resultado más matemático y automático de los sentimientos de uno.
¿Y la mía señores? Que al fin y al cabo, es lo que cuenta aquí.

Je ne sais pas. En parte he llegado a una edad en que empieza a oler que todo lo que pude llegar a ser, nunca lo seré. En que la sensación de desaprovechado intelectual parece algo crónico y perpetuo. Y eso, pudiendo estar equivocado, es lo que siente un servidor.

Las dos primeras caídas en ese circuito más que hostil fueron más que duras. Ahora, circulo por él ya veterano, y aunque con poses de borracho vestido de Carrefour acudo al bar a veces pensando en francés sobre aquello que valida la estética dicho desde una poesía no expresada aún.
Pero eso ya quizás es exhibirse demasiado, levantar las vallas de la intimidad, siempre sin miedo, y ver pasar un destino ágrafo, calvo en protagonismo cultural, como un tendero intelectual.
Nadie le pidió a un árbol del acantilado ponerse ahí en medio, y en los acantilados en tormenta perpetua también debe de haber árboles.
La cuesta es sólo larga e interminable si uno no deja de amar al llano, si no, empieza una historia de amor.

Y ahora, que la escritura ya resbala sola, no hay ningún tipo de problema más. Empieza un dulce columpio de inspiración, un péndulo entre lo agradable y lo mejorado. Escucho a Sabina, con toda su autoridad, algo ya físico como la altura o la gravedad. Sabina hace que tenga ganas de volver a Praga cuando en algún cuaderno de mi cacique interior de ideas estaba subrayado en rojo no volver. Pero en Sabina hay algo atávico. Una fuerza tribal que dicta cátedra. Su capacidad para volver temas en clásicos es una de las más fuertes en la Tierra. Quizás es porque se lo debemos. El autor de ciertos temas, arrastra lo no tan abundoso bueno de otros posteriores, pero en ellos está esa misma voz, esa misma actitud y sentir de "quien me ha robado el mes de abril", esas mismas ideas de "sin embargo", esas metáforas ancestrales de "a la orilla de la chimenea".
Claro que si Sabina no existiese se tendría que repetir, que vale la pena guardar algún clon para las tandas de penalties de tiempos peores en el acontecer.
Y no lo conozco, claro :).
A Sabina lo empecé a "tratar" en autocares de Méjico en el estado de Quintana Roo.
¿Por qué tenemos esa tan necesidad de decirnos?
No basta hablar de uno por las cosas o los demás? No se define uno con sus descripciones? Nos cuesta presentarnos por el rito de ser filtro.

Es curioso que las trampillas para llegar a otras épocas pasadas de tu vida, sea a través de las canciones. Hay canciones escuchadas que fueron las banderolas que ondeaban aquellos tiempos. Reescucharlas implica volver al lugar de los hechos, muchas veces significa poder hacer trasbordo, regresar a aquel lugar atalaya de esa época, conectar con el resumen de la misma, y engarzarlo en la atalaya del presente, y así conectar épocas, y así hacer síntesis y enhebrar sentido en la vida.
Los miradores de las canciones. Estaría bien saber, a qué canciones hemos de volver, para poder conectar épocas pasadas con el presente, y así hacer nuestro collar del sentido. Porque sin sentido mantenido no cuaja la felicidad en ningún suelo.

Para ser científico hay que tener cabeza, para ser músico hay que tener instinto. El primero te puede hacer 200 libros de una milmillónesima parte del todo, el segundo no puede hacer nada sin tener en cuenta el todo visto desde miles de puntos de vista. Ha de oler, o sorber, el meollo en una aspiración, como si estuviera enchufado al mundo.

2 comentarios:

carmen dijo...

Una aguja fina es la que ha cosido este escrito. De las más finas, con hilo de seda, engarzando las cuentas del collar de la vida. De la vida que pasa, que se cuestiona, que enternece, que se perdona, y que alienta a seguir cosiendo mientras una canción alimenta de sentido nuestro siempre niño corazón...

Jordi Santamaria dijo...

Gracias Carmen, eres un testimonio contundente del enamoramiento hacia la vida