viernes, 16 de julio de 2010

Efluvios y sublimación

El sueño en una noche de verano. Dormir en un hornillo mientras la almohada parece rustirse, es irrealizable. Si a la intentona le sumas unos vasitos de coca cola, bochorno más cafeína me dan insomnio más insomnio. Y cómo jode saber que 5 más ocho son 13 h, y que el mañana no tendrá mañana, y que ya están comidos los quehaceres de esas horas matinales.

Así que a escribir, a cansar el cuerpo para que acabe cayendo.
Leía hoy, ya sabéis a quien, cómo los intelectuales crean todo un mundo arborescente y genialoide como obra, que a la par suple un mundo más real mutilado. Que hay gente que se dedica a vivir, a ejecutar, a palpar constantemente el mundo con su ocio y neg-ocio; y otros, que siempre se mueven en un mundo más étereo e invisible, que hace de sustituto, esa sublimación que aparca el mundo que nos devuelve el espejo, para crear otro paralelo e igual de real.
Habla de Kierkegaard, y como las limitaciones de timidez frente al mundo, las castraciones psíquicas de la infancia, las pequeñas malformaciones físicas lejos de un canon de belleza... hacen mella en esa doma del mundo concreto, y se empiezan a formar helechos arborescentes de ideas, ejemplarmente trenzados, abriendo grutas del metro científicas, de gran belleza, que suplen ese abrazo y magreo a las cosas del mundo.

Los artistas, intelectuales, científicos, no suelen sobar el mundo. Son seres de silla, de introversión, de contemplación y posterior barruntar. La historia del saber en Europa, esconde mucho cojo, tímido, acomplejado, bizco e inhibido.
Sin inhibición no hay intelectualidad posible. Ha de haber un himen cortical que frene el magreo al mundo, el cosificarse, el tratar a diario con la gente, que le de su especia de asocialidad, de parón mundano, de falta también al saber mezclarse con el mundo y valorar pequeñísimos detalles.
La locura para un intelectual es quizás perderse en el mundo, o que alguien de al interruptor de la extroversión, y que vire violentamente su modo de encarar al mundo. Apreciar tanto los detalles, que creo que no ha nacido humano que lo haga, es para él abandonar de cuajo cualquier tipo de abstracción, una quimera.
Y los detallistas, aquellos bon vivants que tienen microscopios táctiles, gustativos y visuales, se pierden casi siempre en otros detalles pasto de la nimiedad. Al menos, puede ser que los vivan, que los degullan, que se vayan comiendo el mundo a pedazos, degustándolo. Pero como Edipo, viven con los ojos arrancados, pues disfrutan del banquete del mundo, pero no lo ven luego, ya que están en otro plato. Hay una sucesión ciega, falta de todo tipo de memoria apreciativa, y de expresión mantenida de sus vivencias.

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