lunes, 19 de julio de 2010

Kobe Santamaria

No sé si sabéis la historia del hombre que se doblaba en una esquina, para ver llegar al destino por un lado, mientras una mani de azar le hacía cosquillas en la espalda por el otro lado de la calle. No sé si habéis oído la canción cantada por un perro en que le confiesa su devoción a su amo de la forma más fiel que existe en el mundo, porque yo a veces creo que los perros se disecan al pie de una puerta, al pie de una cama, y sólo continuan sus vidas suspendidas, cuando el amo vuelve a respirar, ya sea al amanecer de un nuevo día o al abrir la puerta. Los perros se desdisecan, cobran de nuevo vida y vuelven a morir por salir a la calle.

Los amos. Quien ama a los animales, que es en el fondo amar la vida, nada más, no gusta de la palabra amo. Un perro es un hijo sí. Bueno, es un hijo perro, nunca será un humano, ahí llegamos, pero cuando llamas a una cosa peluda de 50 formas distintas, creándote nombres desde el cariño, es que ese perro es tu hijo. Tu perro hijo. El mío es adoptado. Pero se les quiere igual. Se tarda un poquito más, pero se les acaba comprando una camisetita de perro como a todos.

Schopenhauer. Me imagino a la filosofía dura con cejas, con ese nombre. Ese se pasaba de amor a los perros, y tan poco a los hombres. Los humanos son asquerosos sí, tan listos, tan poderosos, y a la vez tan banales y sobrantes. Pero bien merecen su camisetita y su segunda oportunidad. Stop. No es que una maldición divina haya caído sobre mí, y mi escritura se vuelva la de un camarero tomando nota y llamando a todo por su diminutivo: cañita, patatitas, cervecita. No. Sólo ha sido una coincidencia, de que me pillen hoy un poco... un pocoo...
A veces falla la inspiración, saben?

Y Kobe es muy noble. Él también parece que empieza a quererme. Un perro es un deseo de salir a la calle con cuatro patas peludas y un hocico, no más. Un carpanta con la lengua fuera, siempre que aparece lo comestible en su cosmos, su existencia. Pero coño, tienen ese deje de cariño, de preocupación por uno, que a uno le maravilla viéndoles tan básicos y egoístas.
A Kobe le debo una casa con jardín, como aquella cartilla que uno guarda pa los estudios de los niños, le debo ir a correr por el mundo porque de mayor quiere ser sprinter, le debo más horas de juego, de mordeduras y pelotas de tenis. Porque le adopté. Porque pactamos ser amigos para siempre hace ya algún tiempo, en una perrera de Mataró una tarde de verano.

2 comentarios:

carmen dijo...

No quiero tener perro para no dejar de amar, por quererle tanto a él.
Conozco tantísimos casos de amores perrunos y desamores humanos...
Ninguno en propia carne, pero cercanos, amigas , muchas.
Y yo, que nunca he hecho daño a ningún animal ni a una lagartija me pregunto:
¿Qué está pasando?
Si los perros hablaran y llevaran la contraria , y echaran regañinas, serían igual de queridos?
MMMnnnn, no sé...
No sé...

DAviD dijo...

yo creo que en el caso de KOBE es mutuo , cuando Jordi se iba y Kobito lo esperaba tumbado en la puerta la unica manera que no me doliese ver sus ojos de espera era envolverlo con un jersei de jordi para que se tranquilizase