jueves, 8 de julio de 2010

La pasión de dos cuarentones

Se encontraron por fin tras 3 años de leerse. Se vieron y sonrieron, fueron muy educados, no dejaban de sonreír. Fueron todo lo amables que podían ser, se desearon buenas nuevas, aunque cada cual supusiera el 0,064 % de la vida del otro. Siempre con una sonrisa. Se dijeron adiós, ella se tiró un pedo breve a los 10 metros de la despedida. Continuaban sonriendo.

Una mano gigante pulsó el botón de pausa y entró en la escena. Levantó la cabellera de ella, petrificada por la pausa, como el perro y la gente que paseaban, todos detenidos. Esa mano gigante también zarandeó el pelo del hombre y buscó entre su pelo.
Debajo del cabello de ambos había un par de pañales cagados en la nuca. Unos pañales enormes que estaban cagados y no parecían oler. Encontró la rendija por donde se metían en la cabeza y residían de por vida. La mano cogió un pincel y escribió en la acera: Tenéis un par de pañales cagados ocupando la cabeza, tú y tú. Pañales, cagados.
Pulsó de nuevo al play, y ambos se fueron caminando con un sorprendente olor a pintura.
Olieron un poco a mierda también. Pero continuaron sonriendo. Esa sonrisa del vacío, de la nada plana, de la pasión senil jubilada

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