domingo, 25 de julio de 2010

Sabor agrio novela

Yo no puedo escribir sin un agarre a lo real, a lo mío, a lo biográfico. Partir de la ficción, que tampoco es imposible, es como partir de una fogata mal hecha, comparado con el motor de plasma a reacción para la lírica, que me supone partir de algo real, sentido, vivido.

Tampoco puedo continuar sin que prevalezca el pensamiento, la definición de lo quiero expresar, pues siempre se puede ser infiel a eso, y escribir por buen sonido, por eufonía de frases, impactando sin importar si se transmite aquello que existía.
De lo vivido por uno, borbotea toda una estampa esférica, multidimensional, que permite esos fogonazos de sentimientos, ese afinamiento de las palabras, para hacer fotos de lo que nadie vio. A nadie le interesa lo visto, sólo venden palabras aquellos que meten criaturas nuevas en la realidad. La gente paga entrada por zoológicos de palabras exóticas, por embarcarse, por viajar a nuevos lugares desconocidos.

Y en la ficción siempre hay algo de descafeína, de poco borbotón, de relieve sin montañas rusas, porque descubrir a la propia madre, con una careta y un trauma ancestral, y un tatuaje pintado oculto a ella... no se hace igual de una madre ajena. En la ficción hay una distancia, se puede rozar su piel, pero no es una verdad de sangre, de moco, de enfermedad infantil, no es una historia que sale de las vísceras, del fondo de un cólico, de un colapso, puede haber partido de allí, pero antes paró en una fonda a descansar, y luego volvió si queréis a la épica.
Las memorias tienen olor a regla, manchadas de semen seco, de vergüenzas colectivas, puñales que nos duelen en la espalda; la ficción está algo más flaca, potente pero no definitiva como una crisma rompiéndose.

Y puede que la ficción sea un almacén comercial de parapetos. De velos de los autores que derivan el foco de atención de sí mismos, sabrán ellos por qué. En los actores hay un síndrome de suplantación muy heavy, el actor perfecto es aquel que se enajena, tal cual, pierde su personalidad momentánea, y delira mutándose en otro a lo bestia. Despellejarse la identidad, grafitear la memoria, y cerrar la conciencia de la cordura, entendámonos, nadie lo hace. Se impostan las personalidades, como se imposta una voz, se imita en definitiva. Se carga uno de gestos, maneras extro-vertidas de mostrarse, de proyectarse; el camino inverso, intro-vertir el personaje, cerraría esa puerta con lo que fuimos nosotros, no se puede hacer sin perder la cordura. Y siempre nos cogemos a esa cuerda en el puente con nosotros mismos, faltaría más.
En la ficción el escritor también imposta. No puede acabar de crear ese otro mundo, desde el laboratorio del papel, hace un gazpacho con tropezones biográficos aquí y allá, no se desliga de sí mismo en su parapeto, se le cuelan yoeces pues no se puede ser líquido y colador al mismo tiempo.

Claro que debe existir la ficción, no fotem. Pero no podría ser, que la novela se ha hecho moda, comodín, referencia de formato literario, de una forma un poco caprichosa?
En fin, esa biografía con pseudónimos, con nicks, que es una novela, no me acaba de convencer, tiene algo de chat, de quinceañero, de cobardete.
Soy un sobrado?

1 comentario:

carmen dijo...

Escribir ..."por buen sonido".
Y también la vida vivida por "buenos sonidos"; por no desafinar; por temor al do de pecho; por no soportar que se note la ronquera, o la falta de fuelle, o el ahogo...
Una vida de "buenos sonidos" pero en "falsete"

Con ese pensamiento me quedo, hoy, de tu escrito, Jordi