jueves, 1 de julio de 2010

Un escritor se puede parapetar en su obra. Puede ser una persona escondida en lo mediato y remoto que es arar unos papeles escritos en la habitación de casa. Sin mundo, con un afuera observado, destilado si cabe, pero con un contacto muy tangencial con las miradas y las interpelaciones de los otros.

Escribe, deja su recadito de 200 páginas en la editorial, y puede seguir cabalgando por su senda extramundana y solitaria.
Nadie puede ser un caballero sin rostro, tarde o temprano los focos te apuntan y calan tu persona. Un escritor, un intelectual, se puede derretir como la mantequilla y pasar a ser nadie. No es lo mismo el observatorio de la alcoba, el voyeurismo cósmico, que caer en medio del mundo con todo lo farragoso y mecánico que tiene, con todo el sentimentalismo contenido en cada semejante, con la multitud de espejos y máscaras que todos llevamos.

Un artista ha de aguantar también su personalidad ahí afuera. No basta saber pintar muy bien en casa, el éxito, el reconocimiento, se catapulta si detrás hay una persona hecha y derecha aguantando la obra. Es que yo sé tocar la flauta travesera como nadie, pero no sé hablar, ni sé aguantar una mirada. Las descompensaciones son lo que son, descompensaciones.

La gente en seguida lo cala como el arquetipo del genio cojo, la excelencia deformada, y hasta tiene empatía hacia él. Los genios no generan empatía, provocan admiración y respeto. Hay muchos dotes geniales esparcidos por el mundo, muchos son parches, remiendos, cojeras, algunos pertenecen a gente extraordinariamente normal, genialoides, pero sanos y normales. Oliver Sacks, por ejemplo. Un tío al que se lee hoy, y se le leerá mañana, el siglo que viene, y el otro. Poeta, científico, y con huerto en casa, qué más quieres? Todavía no se le ha sorbido todo el potencial a su obra, errática y medio ágrafa.

El papel lo aguanta todo. El papel lo esconde todo. Diría que el 75 % de los escritores son deshonestos. Que son una panda de etílicos y adictos que pocas veces se desnudan en su obra. Hablar a solas con un papel no es una conducta sana. Y hacer una obra, es un autoencumbramiento egoísta de dos pares de cojones. La ficción para mí son pedos de la cabeza, anhelos proyectados que nunca serán vividos, enormes autoconsoladores de celulosa bordada. Umbral sólo se escribía a si mismo, memoria tras memoria, con ficción no pedorrera, sino la que le salía del whisky de la mañana, los copazos que confesaba.

El mejor escritor del mundo, nace, no se hace. Tiene un jodido córtex lingüístico superdotado y una infancia y adolescencia suficientes para sobrevivir y largar todo ese vendaval genialoide. Y me estoy cabreando, jeje. Viva a quien le piensen los dedos, como alguien dijo una vez

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