martes, 3 de agosto de 2010

Atletismo de avión

Verano y esencias de Amsterdam, dan blogorrea. Es un síndrome estacional. Mi amigo Emilio hace emails, un alter ego.
Estamos crípticos? Es el verso la prosa en críptico? Creo que sí. Criptas del lenguaje, concéntricas y mínimas.

Pues vaya post. Pues vaya embarque en Iberworld a Cancún. A ecosistemas parias, pots parias. Zapato rojo, kiwi rojo.
Me parece gustoso, destraducir "posts" por la palabra "postes". Postes de escritura ocasionales que se yerguen, tótems resúmenes de lo vivido.

Un vuelo transocéanico tiene algo de maratón en que la gente se va rindiendo. Después del almuerzo, a las tres horas de vuelo, empiezan a caer los primeros espíritus. Gente que se descuelga, que pone el cartel de off, y se desengancha de la vida, en un lapso de franca inutilidad, desasosiego en prisión de Boeing. Después están los rebeldes, los que no se resignan a ser rehenes de un avión. Van aguantando, han preparado el maratón de previo, llevan una mochila con hobbies, maquetas construibles, obras completas de Corín Tellado, álbumes de fotos a ordenar del último viaje a las Urdes... Pero ésos también pinchan, les puede las expectativas, se creen herméticos ante el tedio, favoritos del ocio. Y pinchan.

Los más suertudos, son los que viajan en pandilla. Rescatan del pasado esos veranos para adolescentes sentados en una escaleras, ora butacas, sin barcos de fantasía infantiles pero dejando crecer las enredaderas de las hormonas. Y se pasan las diez horas entre chanza y chiste, sacando punta a cualquier turbulencia o pelo del menú.
O los dormidos, benditos campeones. Ellos sí que saben triunfar en una maratón de vuelo. Se despiertan con la megafonía cuando el capitán anuncia el aterrizaje. Miran por la ventana desperezándose, se colocan la huevada, se acaban de despertar como si aquí no hubiera pasado nada, mientras el vecino mira aterrado la hora en el reloj, bajan del avión, y plantan su bandera en destino, frescos para su conquista.

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