domingo, 1 de agosto de 2010

Otro trozo de novela

La boda sin novia urdida por Nacho de forma impulsiva, se estampó contra la pared . Todos vieron como Marta entraba en la iglesia engalanada, repleta de invitados disfrazados de día glorioso, y caminaba hacia el altar sola, vestida con un traje chaqueta marrón y unas sandalias de verano. Vieron como se aproximaba a un Nacho con los ojos cerrados, caminando sin solemnidad como quien va a comprar el pan, en calma chicha y sin nervios.
La inmensidad de la iglesia cobijó un rumor sonoro y colectivo de golpe, un bramido de estupor y peligro. Al subir el último peldaño cualquier ruido se extinguió y noventa y cinco personas enfocaban un desenlace.
Marta no miró a Nacho. Con tranquilidad, continuó hasta el microfóno y sonrió.
Creo que ha habido un error, amigos. Nacho se ha querido casar con sí mismo – continuaba sonriendo – y vengo a desearle que sea muy feliz juntos. - engulló saliba -. Gracias.
Consiguió mantener el silencio sepulcral previo a sus palabras. Había articulado algo inteligente y sentido. Y todo el mundo había entendido en un segundo, las interioridades que suceden en la cueva que es una relación de pareja durante años.
Marta recorrió la alfombra de vuelta, de la misma manera pausada y tranquila que hacía sólo cuarenta segundos. A veces los puñales se clavan en una cámara lenta inolvidable. Fue en la salida, cruzando el semáforo de la carretera, cuando rompió a llorar. Se había quedado demasiado sola en ese asesinato silencioso de una relación, nadie la siguió, porque nadie parecía más entera que ella, y las personas apoyan a los desvalidos. Pero al fin y al cabo, había segado de una vez su compañía eterna de los días. Y sí, debía hacerlo en soledad. Pero las lágrimas a borbotón eran más bien cascadas, de sentimientos, cascadas de agua que eran el fin de un caudal enorme de recuerdos y compromisos, que caía por fin en un precipicio ancho y definitivo.

Nacho permanecía estupefacto. Era la llave visual de cien personas en ese teatro de la realidad, todos pendientes de él, no había ya otro protagonista. Contagió esa estupefacción al resto de la manada. Debía seguir con el micrófono, y continuar o poner fin a la ceremonia, pero no respondían sus músculos. La gente al verle tetrapléjico, empezó a lanzarle miradas compasivas, le echaban limosna. Leandro, su tío cura el que más.
La situación no se sabe por qué se alargó más de la cuenta. Había una paralización incomodísima y sudorosa de cien personas trajeadas en un templo religioso. Los ángeles miraban todos hacia arriba, el coro, que no les iba y les venía, soltaba alguna sonrisilla de descojone ante Nacho y su autoenlace. Los niños empezaban a oírse diciendo la verdad: - se va a casar con él mismo?. Matías, el primo cachondo susurró: este no se casa con nadie eh.
Nacho al final, que sabía en el fondo que todo había sido un show suyo, que el había desplegado toda esa carpa, y la fiesta se había ido desafortunadamente al garete, se acercó al micro y dijo:
Sí, quiero.
La cara del padre de Marta se volvió la de un pit bull.
Perdón por haberme inventado una boda. Perdón por haceros hipotecar un día de vuestra vida y engañaros que había una novia, en esta boda. - calló y miro abajo -. No tengo más que decir, a veces empiezas un intento desesperado, y todo se viene abajo arrasándolo todo. Lo siento. Espero compensároslo de alguna manera.
Esto, esto. Esto es una mierda.

Todos los invitados se fueron con regusto a mierda, y estuvieron la media hora del coche y una semana más, especulando y debatiendo sobre el espectáculo espontáneo que Nacho y Marta les ofrecieron el día de su boda. Al menos pasaba algo en una boda, al menos la trascendencia interna era al fin mayor que toda la parafernalia externa. Nadie les guardó rencor, hasta se les agradecía en silencio su episodio. Menos Félix Vallejo claro, ese estúpido estudiante de geografía había vuelto a dar otro cante público.

Nadie todavía sabe de esas noventa y cinco confesoras personas, que Nacho y Marta pasaron juntos esa noche de bodas...

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