jueves, 20 de octubre de 2011

a. Pues estoy contento en imaginarme por primera vez que mi despacho de un tercer piso entre bosques, es mi alcoba de castillo donde cocino vapores e ideas a lo alquimista. Mimetizar esta habitación como la torre de un castillo donde miro amablemente a este mundo militarizado a su manera. Mi atalaya, mi estudio de estrategia lírico-militar escrita.

b. Cambiar el mundo. En las escuelas se tendría que advertir allá a los 10 años: "de aquí unos 7-8 años empezaréis a sentir en vuestro soma/cabeza, unos impulsos determinados a querer cambiar el mundo, el cual os parecerá desagradable cómo está montado y funciona, y vuestra infinita estamina adolescente de sansones, os engañará creyendo que podéis doblegar los efectos de 7 mil millones de individuos enredados equivalentes a vosotros mismos". Puede ser que los colegiales, al notar los efectos, se dijesen entre sí: -ah mira, el baile de san vito revolucionario ése ya me viene como la pubertad vino -, y lo tratasen más como una alteración heredada, que como la vivencia y entrega más auténtica posible. Porque tras 10 años con miles de toques, pueden ser que se den cuenta de la impotencia de querer desaparcar un coche con medio milímetro en cada frente de margen para maniobrar.

c. Eso sí. No acelerar el cambio de este mundo cuando la ocasión es franca y cuesta abajo, romper la virginidad en flor al fatalismo cuando por fin algo brilla entre lo gris, sería de m.e.m.o.s. El mundo no lo podemos cambiar, pero siempre dejaremos lo que tengamos entre manos, para ir a la estación a verlo pasar cuando de repente ha mutado a mejor

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