lunes, 9 de enero de 2012

Walter Isaacson

La biografía de Steve Jobs me pareció tan devorable, que al deglutirla me hice con la de Einstein del mismo autor, y muestras electrónicas de sus otras obras sobre Franklin, Kissinger, etc. Pero volviendo a la figura del fundador de Apple, nos encontramos ante una personalidad actualmente ensalzada a las más altas cotas de productividad planetaria. De alguna forma es lo que él soñaba, dar vida a productos que realmente hicieran historia.

Para alcanzar este objetivo, uno no puede marcar el mismo tiempo que sus coétaneos. Ha de correr más que el tiempo y avanzarse a él. Leyendo su biografía, queda consensuado por toda clase de testimonios, que Steve producía un efecto ampliamente bautizado como "distorsión de la realidad". Exigía plazos de tiempo imposibles para tecnologías inmaduras con variables excesivas, y las buenas ideas de los demás se las apropiaba tras haberlas detestado. Su mente podía permanecer en un efecto túnel durante todo un proyecto, sólo valía pasar por unos pasos a su ritmo y con sus riendas exclusivas, costara lo que costara. Visionario y capullo. Los ingenieros trabajaban 80 horas a la semana si hacía falta, apuraba sus capacidades intelectuales al máximo y les hacía sacar lo mejor de ellos con sus higadillos, declaraba guerras a los proveedores o a quien hiciera falta para continuar avanzando, reformulaba y rediseñaba funcionalidades hasta la extenuación.
Está claro que nadie se avanza al tiempo si no lo fuerza.
Pero sí, acababa conseguiendo hacer productos imposibles.
Aquellos en que el usuario final detecta un palpable salto tecnológico respecto a los productos predecesores, y un perfeccionismo poco usual.
Hoy el mundo está sembrado de iphones aquí y allá, el zénit de Apple, segunda empresa con mayor capitalización bursátil del mundo. Y un producto no financiado, como el Ipad, bate récords de ventas pese a tener un coste medio superior a los 500 €.
Jobs, desde bien joven, dominaba la electrónica lo suficiente para estar a la vanguardia de la tecnología. Y pese a que nunca fue ingeniero, estuvo rodeado del suficiente talento, para nunca abandonar esa vanguardia. Steve Wozniak fue clave en su eclosión, como el grueso de ingenieros de Apple para su estrellato. Pero sólo un visionario podía transformar ese trabajo excelente en un resultado único, forzando al límite las tuercas de un super-equipo, estirando el producto hasta sus topes desde el diseño revolucionario a las implacables ventas, esquilmando los componentes una vuelta más... Hasta que finalmente se obraba un espectáculo milimetrado de pura seducción en las presentaciones made in Jobs para catapultar las ventas.

El libro tiene una constante, que es inevitablemente mostrar el carácter egoísta de Jobs. Ni lo defiende ni lo acusa, simplemente se filtra ese carácter constantemente por los hechos y los testimonios. Jobs era una persona desconsiderada, desagradable y déspota en muchas ocasiones. El feedback común que solía dar a sus empleados respecto a su trabajo era "esto-es-una-mierda". Presión, insultos, radicalidad, era la atmósfera que transpiraba a los otros. Pseudoabandonó a su primera hija, y tampoco se prodigó con su familia en sus años de madurez. Podríamos debatir sobre si traicionó a algunos de sus más íntimos colaboradores. Y a la vez, de repente, rompía a llorar ante CEOs y empresarios, o íntimos amigos, convirtiéndose en melodramático. Podríamos decir que Steve Jobs tenía un super-yo claramente delimitado, crear una empresa que hiciera historia y pasara a la posteridad.

Se especula lo que afectó el hecho de haber sido dado en adopción por sus padres biológicos. Más que eso, apuntaría a que de una u otra manera fue un niño-adolescente consentido. Sólo este aspecto, explica la desconsideración permanente que le acompañó toda la vida.
Una de las razones por la que ha despertado admiración se debe a haber estado seducido por la estética. Muchos empresarios no contemplan la belleza en sus productos. El otro yo de Steve Jobs se hubiese dedicado a las humanidades o el arte. Y se asomaba siempre que podía, o se alegraba ufano de mayor, al descubrir que su hermana biológica resultaba ser escritora. Para Steve Jobs el diseño era tan o más importante que la tecnología, subordinándola a veces al primero (Jonhatan Ive mediante). Bill Gates, el último emperador, nunca se preocupó de que Windows fuera un ejemplo de estética. Los productos de Apple aparte de geniales tenían que ser bellos. Y desde sus Ipods, hordas de amantes del diseño, se vieron seducidos por los productos de Apple, esgrimiendo incluso justificaciones zen.

El hombre que inventó uno de los primeros ordenadores personales desde el magma oscuro de la electrónica, acabó reduciéndolo mágicamente a la palma de nuestra mano. Su legado, ser uno de los sorcerers, wizards, pocos que hay en la historia, capaz de trasvasar ingentes cantidades de ciencia a la cotidianeidad, en forma de producto.

2 comentarios:

Yves dijo...

Ostres Jordi, Moltes gràcies, pqè tot i que m'apassiona el tema i, sobretot, el món Apple. Mai de la vida m'hauria llegit ni dues pàgines de les memòries de l'Steve Jobs....

Així que gràcies per la info. Una info molt ben explicada; queda clar que els grans genis ho són pqè estan pirats.

Ara bé, no tots els pirats són uns grans genis...

Jordi Santamaria dijo...

Deu ser una observació recíproca. Els genis, amb un comportament anormal per la resta, deuen veure el comportament comú com una autèntica aberració.
Està clar que el món no està montat pels genis, sino per la gent normal, que s'adapta en un 90 i tants % de cops.
I no tots els genis trascendeixen socialment, a més de capacitat cal un context, així que tristament Belén Esteban és un fet normal-íssim, repetible, i molt humà.
(vull saber el teu parer del post sobre CIU, merci)