martes, 21 de febrero de 2012

Cafeconleche en el Velódromo. Uno de los pocos bares supervivientes al diseño en Barcelona, stop/ frente a mí, dos comensales acaban de desplegar una carta que simula un fanzine o periódico, con la rizada portada de un Mágico González y el escudo del Cádiz club de fútbol. Pda's los camareros, música stand-by escogida a mano. Vamos, que han dejado envejecer lo clásico con una transfusión circulante moderna y pijilla, como los dueños del bar seguro que gustan.
Pero por qué no decirlo, un lugar con deje para fumatas literarias en los dos miles doces. Pero el alma de cualquier bar, sus camareros, me está fallando. Estos seres simples, pueden reunir más carisma que todos sus clientes y familias juntas. Y como un radiador de carisma, monumentos de snack-bar, aguantan sus huesos en mil site coms de veinte segundos al día.
El velódromo a las diez languidece, sin ruido de sala de máquinas de barco, con parejas mayores de burgueses catalanes, camareros alquilados y modernos, tan silencioso-dormido, como la superficie de una pista de patinaje. Y afuera la crisis sí, con su manecilla tan estática como implacable, constante, diluida, expandiéndose. Gas. Gas que se vuelve líquido en la prensa, y sólido en nóminas y facturas. La prensa actúa de medidor no fiable, emitiendo cifras, cumbres, votaciones y reformas, por sus megáfonos, demasiados datos, demasiados números, y excesiva negatividad. Los capitanes del barco no van a las ruedas de prensa. Nadie traza un plan de ruta al exterior definitivo de la crisis, porque simplemente ni lo ven ni saben donde está. Navegamos pues en un gran pantano con tiniebla, de noche, con el motor lento. En la oscuridad de la noche, nos volvemos niños y ensoñamos bajo la luz de las estrellas, mientras el barco se mece y poco a poco entornamos los ojos dormidos.
Y mañana tal vez puede que amanezca mejor y más claro.

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