lunes, 20 de febrero de 2012

Dormimos en Siberia

Yo ahora tengo prohibido escribir de noche. De hecho el frío me veta a múltiples actividades. Me encojo humanamente, vegeto a mi manera. Soy de esas criaturas que se rebelaría prohibiendo el frío. Sólo acataría el biruji, permitiría que los meteorólogos anunciasen a lo sumo, el biruji en toda la franja septentrional, y nada más. El frío artificializa, hasta crea las civilizaciones más desenrolladas. La riqueza mora en lo temperado, regla estúpida pero matemática de la distribución de la riqueza. El frío artificializa, nos pone más capas de ropa, y la ropa puede ser una herramienta de especulación personal masiva. La naturaleza no entiende de ropa sino de pelaje, como bien articula mi kit genético, y el calor nos devuelve a una temperatura primigenia, a nuestra salsa de cultivo, en la que florecemos, y hasta puede llegar la sangre a hervir. El trópico, aparte de crear las civilizaciones con fonemas vocálicos más abiertos, adhiere la pobreza con facilidad. Como si el frío fuera un nido de ricos, y el calor un pozo de ritmos, el primero un despliegue-de-ingenio, y el segundo un carnaval-de-ingenio. Homo sapiens tropicalis versus Homo sapiens temperatus. Yo soy una criatura desplazada. Un organismo que tendría que morar en el trópico, y que gasta las suelas en otoños e inviernos europeos. Como ya de cachorro he andado aclimatado, me protejo en polares gorros guantes calefactores orquestados, y espero, como una penélope del verano mirando heladas por la ventana. Yo ahora tengo prohibido escribir, fabular y conspirar de noche. Por eso escribo a medianoche ahora, intentando rascar el glóbulo transgresor en medio de mi antiyo y el hielo.

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