sábado, 17 de marzo de 2012

La Voluntad


Me siento con un libro, El misterio de la voluntad perdida, de J.A. Marina. Yo escribiendo y el libro a mí lado también sentado, cerrado.

La voluntad. Diviso tres zonas de la voluntad, una en la que existe, otra en la que no pinta nada, y otra tercera en que sí pero no. Esas zonas podrían mentarse como distancias medias, distancias cortas y largas distancias, respectivamente.
En el día día el piloto de la voluntad está encendido. Trabaja, intercede, firma los documentos que le llegan con mayor o menor entusiasmo. La voluntad no obstante, a veces es el negro de nosotros mismos, la facultad currante que tiene que fajarse y angustiarse ante presiones y contradeseos. Es por ello que se escaquea cuando puede, o baja el tono hasta nuevo aviso, sabedora del estrés que acabará llegando a su silla.
Tenemos voluntad vestida de paisano y voluntad de operativos especiales. Al fin y al cabo, la voluntad no deja de ser una palanca, nuestra operativa para tirar fichitas del risk en nuestros territorios, la administración de nuestra fuerza, o la modulación de la intensidad que gastamos al vivir. Por eso, estudiar asépticamente la Voluntad, como facultad común extirpada y disecada, como un órgano más del soma del H. sapiens, no conduce a nada. De hecho, no hay una sede de la voluntad en el cerebro. La capacidad elicitadora está distribuida en varias áreas cerebrales, motoras y periféricas.
Sería esa fuerza, esa energía encaminada, que todos poseemos, administramos, gastamos, y reciclamos. Y podría tener su lista de balance, su contabilidad, sus proveedores, su patrimonio heredado, y su saldo. Y cada voluntad pertenece a una biografía y a las empresas de cada cual, con sus colores, cicatrices, peinados, y diplomas varios.

La voluntad firmada, aquella sustentada por un yo, por una identidad propia, identificada y asumida, suele ser nuestra versión oficial y la que defendemos. Pero no siempre ese plan consigue cumplirse. Puede resultar, que nuestra voluntad oficial día a día salga empate con otras voluntades menores, que nuestra voluntad planeada tenga paredes de colador, y que tenga que aceptar una quita en torno al 50 % frente a planes alternativos que por ahí pululan.
No es otra experiencia que la del pasar de los años y el remar de los sueños, el alejarse del tiempo de paso a una destinación, firmada como nuestra, y su asunción o frustración.
Después, otro caso de pseudovoluntad o paravoluntad, que puede acabar en voluntad falsa, viene de desdeñar las motivaciones menores, las aparentemente bajas, básicas, o las foráneas a nuestro plan de vida. Quien las desequilibra y somete a cierta represión, está aplastando un magma hasta volverlo elástico y rebotón.

La voluntad entonces, más que un medio de locomoción hacia nuestro destino es un combustible. Con lo que "fuerza de voluntad" no es más que una redundancia alarmista, vacía de significado. Voluntad hay la que hay, amigo, si me conjuro, saco heroísmo, y doy "el resto", sé que opero en el modo reserva de combustible, que se va a acabar, pero ojo, cómo pone hacer actos heroicos, chillar al vacío, hincharse la vena, golpearse el pecho... pone tanto, que recicla parte del combustible y no se gasta voluntad. Y si no lo logramos, podemos seguir haciendo el bazoka. Esta vez renovamos con una escenificación pública, retransmitiendo sutilmente nuestro heroísmo. A las gatas voluntades dormidas les azorará nuestro estruendo y nos felicitarán aún desperezándose. Heroicidades no hay todos los días, sólo los martes. Hasta algunos se quedan a laburar como héroes públicos constantes, y comen de ello.

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