sábado, 10 de marzo de 2012

Oporto


Esperando um bacalhau. He quedado con él a y cuarto, no sé que cara traerá, viene de Braga.
Pues Oporto me parece estupenda. Así ella, me jugaría cien mil maravedís a que no ha sido bombardeada, esa tradición violadora de urbes con tantos followers en Europa. La han dejado tranquila, cerca de Finisterre, que ir pa ná no y luego hay que volver.

Posada en el río, natural, que no todas las ciudades evitan vivir de espaldas a su paraje más natural. La ciudad de los balcones forjados con herrumbe, metal enmohecido, líquenes y humedad atlántica. El Atlántico invade Oporto estando en el interior, amanece dominada por la niebla de alta mar, y dudas si habrá agua al pisar la niebla, porteada por el Duero como puñal del océano.
Aldea envejecida. Paredes con baldosas de otro tiempo, fachadas con el atractivo de lo senil, casas testimonio, tiendas-museo sin quererlo. Territorio desacomplejado, rutinario, cumpledías, desmaquillado. Un lugar que no se renueva apenas, porque remozarse puede llegar a ser accesorio. Ciudad aparentemente decadente y desvencijada, pero lo auténtico no tiene porque contener la estética. Vejez o madurez atlántica. Ciudad cascada, urbanismo en colinas, barrios en balconadas, pendientes oblicuas perpendiculares, todo empedrado, como antaño. Oporto respira antaño. Oporto es tan antigua, que el agua del río está limpia.

Y puestos a tener uno de esos lugares inolvidables, casi eternos en su mismidad de años, Ribeira. No pasearla, si no mirarla desde ese puente descomunal, academia del vértigo, o desde la ribera de enfrente. Y sorprender a Oporto, posándose, retratada, en un concierto de tejados y tímidos balcones asomándose al Duero, vestidos de líquenes y musgo, con colores rimados con el atardecer, tan fotogénica por haber crecido precisamente tan ignorante de la fotografía. Mientras las gaviotas repican y anuncian el inicio del océano.

Ciudad con todo el encanto de la ausencia de lo artificioso y de la estética, Oporto la vieja y dejada, aldea, looping empedrado, montaña adoquinada hasta las últimas consecuencias (Brasil), salpicada de edificios viejunos, vetustos, de ánimo galaico.
Oporto es la ciudad más melancólica del mundo donde no se nota la melancolía.





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