domingo, 22 de abril de 2012

La voz gangosa del mundo

Todo el mundo tiene boca, y se equivoca. Pero la gran mayoría de nosotros tiene una rendija microscópica que emite fonemas inaudibles para el grueso de la sociedad. Nuestro discurso es insignificante por ello, tiene influencia cero coma, y no provoca ningún cambio para bien o para mal en el mundo.

Después están las bocas de tertuliano, aquellos que marean la perdiz en radios y televisiones, se les coloca en un lugar bien alto y visible, y consiguen cotas insuperables de esterilidad y gatillazos épicos en su capacidad de influencia. Si fuesen capaces de escribir buenos libros, no serían tertulianos, pero darle a la lengua es algo de portera caradura.

Y luego están los que escriben libros, un discurso meditado y lanzado al mercado para aquel que quiera escucharlo. Son bocas pensadas - o bocas apuntadas por el marketing otras - que sí influyen en los otros si el libro no es aniquilado a la mitad. Y las bocas se solidifican influyentes, si los lectores propagan los análisis, si el seguidor memoriza sus citas y las dispara un día D de su vida, cicatrizando su huella. Son bancos de opinión, que prestan parte de su intelectualidad a una multitud que le hace falta, y cobran por ello unos intereses claro.

Después están seres gigantescos mediáticos, que aparecen en tus app de noticias día sí día también. Deportistas, políticos, y cantantes pop, que tienen un corpus de diez mil telediarios y una boca rendija tan banal como los de la orilla de dones nadie. Emiten unos mensajes de vida inteligente dudosa que, o bien son bálsamo anestésico despistador de los votantes, trámite y justificación de los hinchas, filón de ventas para las empresas que visten y asisten a fans y seguidores. Uno de cada billón tiene algo parecido a un discurso, y así nos va que nos caen hostias del cielo y no tenemos ni pajolera idea de dónde vienen ni cuando van a parar.

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