viernes, 4 de mayo de 2012

Amor rebozado y cola trágica

Creo que fue José Antonio Marina quien dijo que al amor se le han dedicado millones de canciones y poemas, mientras que la función del bazo o la anatomía del páncreas han sido totalmente denostadas y marginadas.

Será que lo romántico y la música tienen áreas cerebrales unidas con Ave, o que los amoríos son las zapatillas de la música.
Pero madre del amor hermoso, qué claro queda ver que el plato servido por excelencia es el amor rebozado. Qué de golpes en el pecho, qué apocalipsis de sábado en pijama, qué desgarros en carnes de aire, qué videojuego bélico en matanza exterminadora, qué espasmos de la cola trágica de uno. Necesidad, necesidad, necesidad, píntala de rosa palo y parecerá digna, acertada. Limosnea por las ondas de la radio, mócate con las canciones, expulsa tus detritos en este magno ritual comunitario. Defeca, en esa gran taza que es el amor. Enloquecete un rato y vuelve, que todo el mundo lo hace.

Todos tenemos una cola, un apéndice vergonzoso donde termina lo más lamentable de nosotros, nuestra parte peor hecha. Nuestra debilidad, incoherencia, imperfección, vulnerabilidad. Es ejercicio común escondérsela y hacer ver que ni existe ni huele. Pero imperiosamente necesitamos agitar la cola, ventilarla, que no hieda. Y en el amor se permite socialmente como rito sacar nuestra cola y darle al patetismo, sacar la viuda negra y el trobador latinoamericano hasta las últimas consecuencias.

Ponemos morritos de pitiminí, mirada congelada, y se entra en trance. Todo se magnifica en el reality, y lo azaroso de encontrar alguien afín, la lotería de disfrutar de una compañía admirada, se convierte en derecho y terreno, por lo que una vuelta a la normalidad, en un coletazo irracional de nuestro apéndice lamentable se convierte en destierro, abandono, tragedia y desesperación.

Todos nos rebozamos en el amor, como en esa arena balsámica y caliente de playa-niñez. Ablandados todos nuestros tejidos, nuestra respuesta a que te "dejen" es lánguida y melancólica. Y para algunos es una gran oportunidad, para rebozarse hasta las cejas. Ponerse la bata de cola y hacer el papelón de Olivia de Havilland que siempre había soñado. Y entonces esas canciones ultracalóricas al uso, programadas para excitar nuestro cerebro emocional más profundo, hacen de la ocasión una auténtica crucifixión íntima y carnicera, creando la figura del amorista suicida. Y si cantan la lotería de toparse con alguien afín, no procede.

"Dientes en el alma, mi ser explota, trepanas mi calma, aniquilas mi tarde, ametrallas mi vida" todo chillando, como si estirase un hummer de un anzuelo para orcas clavado en tu labio.
Aaaaaayyyy.

No hay comentarios: