Criemos mamones responsables

Poco o nada sospecha un estudiante que vive en el último coto garantizado de su vida. Cómo explicar a un tierno joven algo que nunca ha vivido, ni sabe a lo que huele, que le es desconocido e ignoto como las antípodas. Cómo explicarle que vive en la cuenta atrás de su libertad, que goza de los últimos cartuchos para hacer de su vida lo que quiera, ilusa o verdaderamente, antes de fichar cada mañana y perder la vida-cuesta abajo.

Esa época en que nada parece escrito, y podemos movernos en todas direcciones, desmarcados, y empezar a ser cientos de proyectos como tentando al destino. Un final de fiesta breve, pero que debe ser vivido demarrando en la salida, de una única etapa ciclista de mil kilómetros. Llegar a la meta exhausto de vida e ir a la mecedora que toque durante décadas. Secar las experiencias, probarse, gustarse, volver a puerto cabal, zarpar de nuevo, identificarse, invertirse, divertirse, centrarse, y secarse.

Es fácil caer en la ilusión que esa etapa de plena libertad sentida, en que se estrena la moto de la vida regalada en pleno circuito, va a durar mucho más que las reglamentarias vueltas que nos toquen. Que vivir significa bajarse de la moto y aparcarla, pese a que todos estiramos remolones el reglamento.

A veces protejemos a los universitarios no mentándoles las ataduras de la estepa de los treinta, o lo hacemos como si fueran el hombre del saco 2.0. Tal vez unas lágrimas sinceras y propias, una tarde en el sofá llorando la juventud perdida, harían tomar conciencia al vástago, que algo gordo e íntimo se cuece entre tanto canto a la vida, que ya está plantada la semilla y creciendo, del fin del presente idílico.
Hijo, prueba 6 meses esa orgía vitalicia, hasta acostúmbrate 6 meses más. Pero descúbreme sollozando un día tras el telediario, encuéntrame desencajado, y te diré por qué es. Goza y sorbe como un mamón luego cada día antes que te cacen, corre willy, y sé responsable, sigue corriendo siendo un mamón responsable