lunes, 3 de septiembre de 2012

Miedo a la buena suerte


Casi nadie tiene miedo a la buena suerte. Solemos celebrar los golpes del destino que nos favorecen, y nos montamos en ellos como en una ola positiva. Si el viento sopla a favor, aunque sea con ráfagas de casualidad, nos solemos aprovechar y nos dejamos llevar, más si es en un espacio dilatado de tiempo.

Al fin y al cabo la administración de la suerte tiene un imán que acaba igualando los montones de venturas y desventuras. Sí, cabe la probabilidad, remota, que no sea así, como también que mi abuela tuviera un día bigote. Pero en la acumulación de buena suerte tendemos más a atribuirle una borrosa justificación de merecimiento, que no a subrayar el papel del azar frente a los logros.

Pues bien, nos guste creerlo o no, la mala suerte está esperando a la vuelta de la esquina cuando la moneda giró a nuestro favor. - Pero si es una cuestión de azar! grita una voz inconformista de fondo. Cuesta aceptar que el destino nos va a dar por culo inevitablemente, aunque sea en una dosis, pero es una actitud muy humana aplaudir las victorias y lamentarse en las derrotas, absurdamente más cuando se trata de una cuestión de azar. Un poco masoquistamente, nos gusta acarrear sobre las espaldas cuestiones que se nos escapan, extralimitarnos aunque sea fallidamente en abarcar más de nuestras posibilidades cotidianas. Tras unos metros de heroicidad, volvemos a casa sin más como un caracol ermitaño, pero hemos demostrado garras, tenacidad, en nuestro showroom interior.

Tal vez sea más económico, no creerse mucho las victorias, con esa guinda de suerte inevitable, y sonreírse en aquellas donde la potra, esa suerte exagerada, nos pone en evidencia. Sea más eficaz, no llorar desventuras naturales, propiciadas por un azar caprichoso, sabiendo que tarde o temprano cambia de bando. Saborear en justa medida los triunfos, o deleitarse con ellos para después requeteamargarse con los infortunios, la vida parece que nos obliga a elegir entre hedonistas o estoicos. Que nos fuerza a elegir una amplitud de onda psicológica de afrontamiento, para nuestros picos y nuestros baches, en el espectro satisfacción-insatisfacción. En un extremo, la vertiginosa bipolaridad fisiológica, que es extática en los picos y una falla depresiva en los valles, tangencial en la incompatibilidad con la vida. En el otro, la recta plana sin oscilaciones, la recta robótica que no se inmuta y entiende poco de emociones, del binomio placer-dolor. En el medio, las sinusoidales de todos, que sólo se modulan por las expectativas, los credos, los tiempos muertos pedidos irremediablemente... donde pequeñas instrucciones interiorizadas, pueden hacer que nuestro macrorrumbo sinusoidal empiece a dibujar alterando unos grados suficientes su destino.     

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