Es fascinante como la genética juega
al Tente y da los jekyll and mr. hydes que van resultando los
hijos a partir de dos moldes. La genética es caprichosa, azarosa,
que así ha asegurado la supervivencia, diversificando y filtrando.
Yendo a la derecha yendo también a la izquierda, y en el siguiente
giro de la singladura evolutiva, yendo a la derecha y yendo a la
izquierda otra vez, sucesivamente. La genética lo hace probar todo,
y nos da los tentes que son nuestros niños.
Una nariz respingona de mamá, unos
labios de trompetista negro de papá, la mala leche de la abuela, la
comicidad del tío Paco, los pies de hobbit del padrino, el mostacho
adolescente de los Peláez... La genética sí, juega al señor
Potato con todos nosotros.
Y en el sofá de una familia numerosa,
medra el despliegue de todas esas piezas recombinadas, un lego
familiar tumbado. Tal vez por ello me enganchan obras como Abierto
toda la noche de David Trueba, sagas familiares despiezadas en
que ese maravilloso puzzle, queda al descubierto. Una familia es como
una orquesta llena de vendas que camina unida mientras se golpea y se
necesitan. Un habilidoso mecano con todos los pesos inténtandose
adaptar y compensar. La genética ya tiró los dados, ahora toca
descifrar el código y resolver el puzzle. No es más que un
complicado juego de espejos, entre cosas calcadas en otro, a la vez
desdibujadas cuando más nos parecíamos por una pieza con la que no
contaba. Si es que a veces tanto nos parecemos que en un segundo nos
volvemos otros. La familia, esos yoes con psicología incestuosa que
no se tienen que tomar muy en serio. La familia, un polvorín junto a
un tesoro, que a veces explota mientras se disfruta y viceversa. La
arqueología de nosotros mismos, y a la vez nuestra arquitectura
contemporánea. Un regreso al futuro revisitando el pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario