viernes, 5 de octubre de 2012

Felando actualidad


Comercialización. A veces te da la sensación que Rafa Nadal levanta una ensaladera y apresuradamente, se va a calzar la chaqueta porque tiene que rodar anuncios de relojes, foie gras y coches coreanos. Él o Messi, que parece no poder vivir sin anunciar unas natillas, o Alonso, que se agarra al pluriempleo para estirar el fin de mes, o Gasol, que se pone en la esquina de un banco tóxico para ganar unas perras más. A masticar, con la boca llena, no vaya a ser que se suelte un bille sin querer. Muchos no verían la necesidad, de utilizar su ejemplo de campeones para añadir bonus financieros, como si el reconocimiento mundial y billonario, no fueran suficientes, asociando su biografía a donuts, chiringuitos y mejores postores. Les regalan coches, smartphones, les ponen casa y les invitan a los restaurantes. Si esto no es un empacho cenutrio, ya nos lo dirá su época post-monárquica.

La promoción cultural. Siempre me ha rebotado el ver que en los programas de radiotelevisión sólo aparecen entrevistados los mendas de turno que estrenan película, libro u obra de teatro. Que parecen estar años en cuevas talibanes ocultos, y vienen a la ciudad cuando hay algo que vender. Como si a la gente le importase un puerro lo que es un proceso creativo, una época ágrafa, o el ocaso de un best-seller. La tele es un mercadeo cultural donde sólo importa el que vende, el arte se trata neciamente como una oferta constante, puro arribismo consumista.
Toda producción lleva detrás una maquinaria propagandista en la que el becario de turno se cansa de llamar a todas las teles y radios posibles, y no sé si por pesados o por endogamia empresarial, los medios de comunicación tratan al arte como el precio del petróleo y la prima de riesgo, segando sólo la corteza y dejando el meollo deshechado. ¿Desde cuando arte y noticia son lo mismo?

Después triunfan programas exploradores como "El convidat", que van donde está la desnoticia. Se invitan a los recovecos del personaje, a aquello que nunca sale en su obra, y desayunan con ojeras un café con leche confesional en batín. Cien veces más revelador que las entrevistas masivas en serie que se fabrican en una promoción.
Oiga, si la película es buena, no se preocupe, hasta mi abuela bajará a la calle a verla cuando se entere, no me venda una obra maestra por cinco duros ni me jure que el ambiente en el rodaje fue la mejor experiencia de una vida.

Todos llevamos una puta dentro. Los campeones de la historia del deporte no ponen reparos en anunciar bocadillos como hombres-anuncio, si sueltan unas buenas perras, ese bifrontismo de amedrentar a Federer y Lebron James, aparece por las tardes cuando son circenses hombres pancarta.
De igual manera, magreémos el arte por vena televisiva, quitando bragas chonis a argumentos de cuarta y autores con suero de gran corporación detrás. Esa gran terapia para lo humano, catarsis sin pastillas de por medio que es el arte, que se fume como un pitillo barato ofrecido en prime time y se tire la colilla rápido para seguir felando actualidad, ea.

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