martes, 30 de octubre de 2012

Palpitaciones cosmopolitas


Soy uno de esos tiranos estivales que desprecia el invierno y lo sentencia inútilmente, un inviernocida de pacotilla. En el imperio temperado de occidente, estamos tan enfrascados en nuestro protagonismo colectivo, que olvidamos que existen multitud de países que no conocen el otoño. Somos de los países otoñales del globo, y para los otros "otoño" es como para nosotros todos esos fenómenos frutales del trópico que aquí sólo existen en las postales de colmados de bolsillo alto: carambolas, guanábanas y tamarindos.

Países que desconocen el pardearse de la naturaleza, la utilidad de las rebecas, y el tránsito estacional hacia el frío. Por no hablar de los países transotoñales del hemisferio sur, con su otoño bien caduco en el mes de mayo, marzo agotando el verano, y abril haciendo de octubre, en un calendario pervertido para los del norte.
El escritor tiene que viajar, desplazarse, cambiar de país y de imperio, para no hablar siempre de lo mismo y de lo igual. A menos que uno se deje transir por el paisaje, y enhebrado en él le de voz a todos sus matices, como unos Campos de castilla vitalicios. Al final es una cuestión de bolsillo y raíces. Las raíces son todo aquello que nos nutre y a la vez nos retiene. Pero es como una cuestión higiénica para un creador, vivir en un país transotoñal y pasar unas navidades ecuatoriales. Desandar lo transido, rebobinarlo, deconstruirlo, y relativizarlo. Nuestro día a día ya no es comarcal, recibe impactos de todas partes del globo, comida tibetana, teléfono chino, pulsera yemení, todos los países orbitando nuestra trayectoria posible. El escritor también debe rebañar otras experiencias, paisajes y multitudes, si quiere sintonizarse con un mundo mestizo e internacional.

Nuestras áreas cerebrales son distintas para las experiencias repetidas que para las de primera vez. Un relé deriva la función a una oficina A cuando detecta lo conocido, o bien la emplaza directamente a la oficina de fenómenos exploratorios. A buena parte de la gente le excita este adentrarse en lo desconocido, prefiere descubrir a reconocer o a simplemente proceder. Otros caracteres se sienten a gusto reconociendo y familiarizándose, les da seguridad lo repetido, mientras que explorar inspira desconfianza. Cierto grupo de personas secamos las experiencias, las tratamos como a un granizado, y eso de "proceder" calmadamente al hielo, lo llevamos muy mal. No nos gusta la regularidad, el orden consuetudinario, el ablandarse de lo cotidiano, la bonanza mediterránea y tranquila de las semanas, la falta de fintas, amagos y saltos del destino. Tenemos palpitaciones cosmopolitas, y hablamos raro, cocinamos para afuera, y leemos todas las ofertas de viaje como mensajes cifrados. Criaturas incompletas en su localismo, ya picadas por el aguijón adictivo de impactarse la vida en otras latitudes.

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