martes, 20 de noviembre de 2012

Museo de nuestras Tiendas


Una ciudad a las 10 am está como destripada, inconstante
A las 9 se da el correteo de gente que te pasa por delante, se te cruzan por detrás, porque se está montando la ciudad. Los niños a sus guaridas, los adultos a levantar el país, los perros a vaciar sus bufetas, los turistas peleándose con un mapa, cada cual en su sitio.

No sólo los números de los autobuses son cercenados, los comercios de más solera que son como un fósil maravilloso de las ciudades, también fallecen. Lugares de interés público que debieran ser preservados. Nos empeñamos en salvaguardar piedras desfiguradas, iglesias vacías de sentido contemporáneo, pero no nos damos cuenta que la fisonomía de nuestras ciudades hierve en los comercios, allí es donde suele fermentar la mirada y la memoria del ciudadano de a pie.
No digo que se eternicen cerradas esas pastelerías y colmados modernistas que jamás volverán a existir, esos almacenes vírgenes a la perversión del hormigón, el plástico y el minimalismo patronal. Esas obras de arte hechas tienda, un continuo recordatorio de la delicadeza del mundo.
Podrían ser rescatadas, antes de desballestadas. Ser trasplantadas a un Museo del Comercio, un vertedero de nostalgia, que emocionase y revolucionase la memoria, ante la ristra de cadáveres comerciales amigos, más vivos y coleteantes que nunca. Postales que se sellan en el interior de uno.

Y en cada nicho donde florecieron, debiera haber una chapita que recordara su reinado en tal local. Los comercios que alcanzasen un cuarto de siglo, deberían tener recordatorio, muesca tangible en la historia de la ciudad.

Un negocio es el mero izado de un proyecto, una voluntad comercial que asciende y un día quiebra o se apaga, pero que lleva engarzada la vida cotidiana de vecinos y clientes, y definen el paisaje de la ciudad y nuestras vidas con un trazo propio e íntimo. Son patrimonio colectivo por más que los torpes alcaldes aún no se hayan dado cuenta.

 
 
 
 
 

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