jueves, 6 de diciembre de 2012

Círculos


Esto de escribir en tabletas, es muy romano y digital a la vez.
Me he desvelado creo yo por las avispas. Mi profesión es un avispero, y las avispas son dinero. Y ayer hubo una tarde larga y trágica en que murieron muchas avispas, que ya no sé si es bueno o malo. Soy apicultor a pelo, sin traje protector, avispista. Y el espíritu de las avispas, o el espíritu del dinero, ha venido esta noche a asaltarme la dormida. Quebraderos de cabeza que tengo ganas de dejar para siempre si alguna vez me lee algo más que una minoría.

Los círculos. Buen título para un libro. Llámese a las redes que se tejen entre personas que comparten una aspiración. La circularidad alude a la dinámica que se crea, un propagarse mutuo, un colmenismo espontáneo de mente en bloque. Hay hasta círculos que publican como tales diluyendo su individualidad. La actualidad cultural es una fanfarria diversa entre grandes citas en torno a la presentación de un libro y espéctaculos anónimos de guerrilla en cada barrio. En ninguno de ellos estoy yo. Yo intento convencer a cuarenta pinos y a las olas acerca de que me publiquen, con Kobe de agente olisqueador. Me apunté en su día a la facultad pública de filosofía, me borré a los dos días, me metí entonces en una facultad enana donde las vocaciones eran microvocaciones. A modo de telescopio para superar aquella microescala oteé todo el panorama nacional filosófico, elegí ruta y camino, pero como sabéis todo acabó en una propuesta de relación homoerótica por un sacerdote catedrático de Metafísica, corrijo, la escena acabó con una imagen de mis pies en polvorosa.
Viré ya entonces de mi modus filosófico, que veía yo hiperconceptual y caduco. Hacía años que compaginaba los estudios como detective psicológico, pero hijo, de aquella facultad no se sacaba un profesor y un alumno vivos, los primeros peleados y los segundos una horda de futuros psicólogos de empresa con el humanismo bien cerrado. Tengo cierto asco a las siglas UB. El panorama se volvió desértico, y con él el habitat, así que intenté llegar a puerto, algo enfrascado en mi investigación ermitaña sobre la aplicación de los psiquedélicos a nuestra cultura. Naufragué. El barco se hundió un par de veces, y me las vi putas para llegar a puerto. Y llegas al que puedes no al que quieres. Trabajé de polizón un tiempo, como hace mucho veinteañero, y una noche entre tabernas me dieron las señas para ir a ver a un capataz holandés. Empecé en un barco y acabé teniendo mi propia flota, en una singladura de 9 años, ya sabéis, con lo de las avispas, hasta el vivo presente.

Círculos. Con las avispas olvídate de compadres intelectuales. Y con el mundo virtual de internet, en el que hay ocho cientos mil blogs piando, no me da por irme de cañas sabes. Me fui a Cuba eso sí, con un escritor de esos clásicos de la segunda división, que nunca trascenderá pero que brega y se defiende, y acabará teniendo sus ocho libros, siendo conocido en su ciudad de provincias. Pero gastaba unas ínfulas de artista consagrado y lo mandé a la mierda. Su novia, más talentosa, y maldita de ella, peleada con el mundo como vocación a los veinte años, su exnovia corrijo, fue casualmente sin saberlo la otra persona escogida la única vez que me he ido a pescar gente a la blogoesfera, para eso de hacer círculos. Pero La sardina perezosa murió, in memoriam, y si no tenía cáncer de alma estaba bien cerca la verdad.

Así que en lo de los círculos, contactos, redes, siempre he sido nulo, y continúo siendo un punto, un ermitaño, un vagabundo del mundo de las letras. Porque para colmos soy de ciencias, y mi gran referencia en el mundillo, el de he venido a hablar de mi libro, está sepultada en un cementerio de Majadahonda.

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