sábado, 22 de diciembre de 2012

I wanna-weak upp, in the...


Llegas a Newark con un barco de Continental, o llegas a JFK con un barco de Delta o de otra naviera. Los aeropuertos de Nueva York son más un puerto, donde atracas y vas en pelotón a pasar las cribas de inmigración, y allí te hacen una prueba para pasar de continente. Los aeródromos conservan ambiente y tradiciones de feudo portuario con solera. Hay un ir y venir de gente, un barullo como en los muelles, sin tanto compartimentado europeo. Las 8 horas de viaje no son un enlace, tienen hechuras de travesía, de singladura, uno se baja del avión con los restos, con lo que queda, dispuesto a pasar trámites y pisar América.
Entonces te reciben esos oficiales que son como los guardas de las mazmorras que dan acceso a la metrópolis, los serviles orcos de las puertas de las dungeons. Tienen que hacer su papel de mercenarios malos, poniendo en suspense un poco tu dignidad. Una mirada de terrorista, un posible violador de menores, un mentiroso compulsivo... te hacen sentir absurdamente décimas de personajes abruptos, y ponen en alta duda que hayas organizado un viaje por turismo, tú eres el nuevo bin laden. Después del primer acto hollywoodiense ya, eres digno de entrar en el país de las películas. Los portamaletas, aduaneros, vendedores de perritos, te dan la sensación de menestrales de esa ciudadela medieval que es Nueva York, aldeanos serviles con sus caras ingenuas y gentiles, que montan y desmontan cada mañana los puestos del aeropuerto.
Nueva York tiene estructura piramidal, de Torre de Babel, disimulada en el mapa. Desde tu viaje remoto de provincias, primero debes franquear la criba del puerto, luego realizar el camino algo tortuoso a las faldas de la ciudad, y finalmente debes acceder a Manhattan, donde ya hay un llano democrático y un vasto escenario de museo de capital del mundo. Estados Unidos tiene esa mezcla entre hijos tecnológicos y padres rurales con tradiciones de otros siglos, con todos los fenómenos híbridos que se dan en ese binomio. Es tan irlandesa como militante de Silicon Valley, vanguardista y de campiña a la vez. Aparte de senegalesa, vietnamita y con franjas noruegas. Pero el alma no es cosmopolita, el tuétano de Nueva York huele a espesa sopa vegetal caliente, a gélido y a acero maduro.
Y Gotham no tiene centro. El ayuntamiento por un flanco bajo, una remozada plaza de putas convertida en panal inmenso de luces, varias plazas encantadoras diseminadas cerca de los pies... pero no hay centro cardinal, referencia de kilómetro cero o ágora originaria. Manhattan es alargada, una gran fruta oblonga, y creo que entienden que toda ella es una centralidad.
Pero la ciudad es, ante todo, un escenario. Unas calles donde lo legendario aún pulula, y está por acabar de escribir. Un escenario adecuado para soñar... (continuará)

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