domingo, 9 de diciembre de 2012

La Reserva de literatura


Venimos al Paralelo al teatro por la niña. Aparcamos en el laberinto mafioso de las autoescuelas y Tráfico, el matadero de reses jóvenes condenados a suspender. Es un barrio donde no trabaja la inspiración, porque el escritor sólo copia. La literatura está toda ya hecha en las manchas faciales de los niños gorbachov, el almodobarismo ya rancio de homosexuales seniles, los turbantes sihk que irrumpen, vamos, que el escritor hace de abuelo de pueblo, y con una banqueta en la calle le basta y le sobra para hacer su obra. Es un espectáculo decadente, porque el Paralelo es la avenida de la decadencia, y sus callejas son los matices.
Nunca un monumento lo fue tan poco y significa tanto, como Las tres chimeneas de Puebloseco. No son más que una permanencia incidental del pasado, pero simbolizan la marca fabril que perpetúa al barrio. De ellas sale todo el barrio, en cuajarón, la herencia actual de lo fabril, señoras octagenarias despeinadas en camisón por el parque asfáltico, y toda la Melagonia y la Patanesia por las calles, inmigración inmigrando, zoco, medina, ciudadela, isla de Pascua, una centrifugadora de culturas frenéticas, y al final todo eso sale a la calle, con un zapato morado y una bufanda de astracán, paseando al perro que al final es lo único puramente occidental de la historia. Tres veces ya me han tocado al perro, que es como declaramos el amor los franciscanos civiles. Hasta un autóctono lleva diez minutos hablando y educando al cachorro sharpei que se le resiste. Es un distrito perruno lo reconozco, pero optaré por ignorarlo.

El ágora bajo las chimeneas, que es como una esquina, la gobierna en misa de doce este domingo, un coche de la policía cruzado, varado, en tutela de distrito.
Mis chimeneas catedralicias, el coche de policía cruzado en medio de la plaza con el solazo de las doce del domingo.
No nos hace falta nada más, ni novecientas noventa y nueve palabras.

Declaro, este nuevo Estado intraciudadano ahora mismo, donde nadie pide un pasaporte pero la psique lo requiere. Un barrio de rebotados donde se llega a parar. Y donde veo turistas de albergue y tasca, pasar las mañanas en el parque con todo el maletario por el suelo, sin hospedaje esa noche o esperando a un autocar que les llevará a Berlín en dos o tres noches. Aquí no se es vecino, se es polizón.

Este barrio es grotescamente lúcido hasta los topes. Me encuentro ahora otro monumento que clava la realidad excesivamente. Una silla de ocho metros, con foto que adjunto. La banqueta sí, el asiento para quedarse mirando y copiar el barrio en pintura o palabra.

Y me río por dentro. Sonríen mis tiroides porque se acuerdan que cien metros más abajo, tras las murallas, la ciudad dejó caer las esculturas del grotesco Botero en una casualidad jocosa y sospechosa.

Este barrio tiene un libro, y Maruja Torres no se ha dado cuenta, por Maruja, o por sus Torres. Aquí hay una disciplina estética, que se da en las clases de la calle cada día, y un otoño se esfumará como el Estado libre de Puebloseco se diluirá con los ires y venires de las décadas. Aquí hay un libro, y vendré a recogerlo, recolectarlo.











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