jueves, 17 de enero de 2013

17 de enero


Podía ocurrir. Tras cien días de escritura corrida, de escribir con las piernas, me encuentro seco de escritura. Las Navidades, ese folclore tribal con alma de mantecado, no sirven más que para llamar sagrado al Despiste. A continuación me extravié más estudiando, dándole capas de pintura a la psicofarmacología, empollando sus huevos, para ser juzgado y absuelto en el examen.

Y claro, tampoco estoy entubado a Umbral, a su bombona lírica, que al fin y al cabo ha sido el artífice de esta resurrección artística de mis adentros. Hoy, que cumplí años, me regalé un viaje relámpago a Valladolid para pasear las calles y hacer las prácticas de umbralismo, asignatura vital que curso y cursaré el próximo decenio.
Soy un ignorante del mecano lírico o un amnésico de la gracia de la escritura. Necesito la fricción con el sentir lírico o volver a escuchar su voz queda en mí, para activar este enamoramiento de la inteligencia inflamada, de la lucidez poética, y notar su aleteo feliz. Que es un trabajo de todas formas, esfuerzo ilustrativo, porque son confesiones compartidas con ánimo ilustrativo, uno intenta toparse con palabras que sean como chiquillos encantadores recién creados, del gusto del lector.
Y leí hace poco que esto de ser escritor era una gran vacilada. Y es cierto que a medida que cada gran hombre actual alcanza cotas más elevadas con la sofisticación acumulada de la ciencia y la técnica precedentes, el escritor es ese osado que se saca un bolígrafo de la manga y pretende convulsionar millones de personas desde su pelada inventiva, su primitiva arte y su pobre valencia individual.

Esperemos que vuelva a arrancar la maquinaria, que se calienten las poleas, y la humareda poco a poco vuelva a salir. Bueno es comer carne, alimentarse de buen libro, hincarle el diente a algo sustancioso. Los cumpleaños también despistan, todas estas celebraciones arbitrarias son estampas que confunden el meollo de la vida. Este lubricante social, la agenda del terreno virgen, son el plástico de nuestra existencia. La carcasa prescindible e intercambiable del destino silvestre.
El mundo por otro lado, creo que a todos hoy nos parece más malo que antes, crisis por medio, engaños por detrás, el mundo ya no es tan noble y respetable a nuestros ojos, aunque no lo hayamos interiorizado todavía, y le demos un plazo que no será suficiente.

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