lunes, 21 de enero de 2013

Impresiones desde Valladolid


24 horas en Pucela, rastreando las hechuras de Umbral. Pero aquel Valladolid casi no existe, el centro está sustituido por numerosos elementos posteriores, todo aparece nuevo y sin historia. La plaza de San Miguel, circunferencia de su infancia, está desterrada de pasado, es una anécdota coincidente en lugar de lo que fue. Sólo los monumentos te trasladan a ese pasado, con sus bloques de piedra blanco nuclear, platerescos, roca inmaculada, andaluza. Es una roca de color felino que se limpia a sí misma, un blanco perpetuo e incorruptible, nunca un color tan viejo y ajado fue tan blanco. Todos los blancos derivados del orbe nacen de éste su yacimiento mineral.

Ciudad caucásica, ordenizada hasta en la amplitud de sus arrabales antiguos. Paseo un domingo por la tarde, paseo la Nada. Valladolid es una ciudad prohibida un domingo a esta hora. Una mano oculta prohíbe la vida en la calle a esas horas. Existe un paralelo en los mapamundi, que no es estrictamente recto, pero que marca la separación de la zona nórdica, donde la vida callejera de domingo es desolada. Es un Trópico Melancólico. Valladolid, Liverpool, Estocolmo, Vilnius, son de esas ciudades prohibidas el domingo. Daría para una monografía esclarecer qué sucede durante ese régimen dictatorial del clima.

También en el norte de España aparece progresivamente, la invasión de los bloques de pisos como alfiles correctos e insulsos. Edificios modernos post-dictadura, todos alrededor de las diez plantas, que no son desagradables ni despiertan el entusiasmo. Arquitectura que ahí está. Cumpliendo su función y ya. Anónimos. Bloques aguerridos en el norte, fenómeno que se repite de Valladolid a Santander, pasando por el País Vasco. Los bloques correctos que nos miran en el norte. Superan el bloque desarrollista de las dos capitales de España, lo adecentan, marcan la clase media guiñando a la alta. Lo peor es que son un estilo, se repiten por todo el Norte, y no son más que un estilo estándard, representan sin querer la corriente del Correctismo, el Normalismo desafortunado. Al final da igual vivir en Segovia que en Pontevedra, es la misma ciudad con panaderías en los bajos distintas. No sé si hay un constructor poco imaginativo detrás que se forró, pero indigna esta rumanización de brocha gorda, este diseño que evoca a Ceaucescu más que otra cosa.

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