jueves, 24 de enero de 2013


Los antropoides dependemos de las noches, y su generosidad somnífera. Hay amaneceres en que te despiertas trastabillado de sueño, y necesitas un cortado de mundanidad para funcionar, perder el tiempo una hora en quehaceres cualquiera, como un arranque lento del ordenador aletargado.

El viaje-infusión a Valladolid fue una vacuna literaria ya inoculada. Una forma de doparse lícita del escritor es hacer turismo literario. Es más, hay quien se desposee de todo y opta por la vida, literaria. Sacrifica digamos su trayectoria mundana y natural, por hacer de transfusor de sus libros. Vive para escribir, no como pasión ocupacional, sino como conseguidor de su próximo libro, reo de la literatura, más personaje que individuo, llevando las situaciones a una atmósfera barroca y literaria. Después, pueden rechazar una esposa o un desayuno porque no son suficientemente literarios, que es como haber vendido el alma a una novela, una locura muy disuelta y en vaso largo, que bien puede acabar arrastrando un carrito de supermercado y durmiendo entre harapos no sé si literarios en un cajero.
Como si la literatura no fuera un prisma y emanase de cualquier pedazo de realidad. He visto a algún escritor de segunda lamer las esquirlas de una ruptura sentimental en pleno directo, olvidarse del fracaso que se estaba precipitando para sacar una bolsa de plástico imaginaria, donde metía ideas literarias entre llantos de otros y el zozobrar de la propia vida. No sé si se trata de psicopatía artística o de un pordioserismo cultural.

Quedarme en mi "dacha" mediterránea a que me vengan a píar las palabras tiene de sedentarismo anquilosante. "Batín" y "aposentos" son dos palabras consecutivas en el Diccionario Lúcido de la realidad, y por esa página vamos. Escribo más si voy a encontrar las palabras a la oficina de las calles. Saliendo de casa pronto, sorprendiendo a la ciudad, porque la naturaleza es un cuadro, a las montañas y la playa sólo les recorre una sola historia, entre las ciencias naturales y la lírica íntima. Son una pintura expresiva envasada al vacío de trajín y protagonismo humano. Su antónimo por eso es la ciudad, barullo de historias.

Ya en la medianía del invierno parece que nunca acaba. Estamos cerca de que el año empiece a rodar y se precipite el buen tiempo. Seguimos igual que siempre, independientes en el retiro de los pinos y el mar, arando más tierra de lenguaje, salvando los días de apicultor del dinero, ganando centímetros al suelo en nuestro flotar, nuestra forma de vivir levitando, en burbuja ajena a lo standard, idiosincrática y margenada, manteniendo el equilibrio de un trader literato que no es lo uno ni lo otro, que paga facturas a fin de mes, y vuela a Valladolid para homenajear los libros de un larguirucho genialoide y frívolo, sin par.

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