miércoles, 30 de enero de 2013

Período acomplejado


El bar de la facultad de Letras es a las nueve calma fosforescente. Este snack bar está en las entrañas de la catedral civil universitaria, en lugar de pladur y mamparas tiene arcos góticos color pastel y columnas mastodónticas de santa sede.
Es un snack bar gótico, una catedral hecha cafetería. Por eso acumula toda la pulsión monumental en él, ausente en los claustros de clausura y los paraninfos de sonetos, vida contenida. Aquí la vida rebosa expectante, se arremolina aún vacía de gente, es el bar del convento. Como si toda la suspiración y la exhalación atmosférica de los habitantes, se canalizara y fuera a parar a estas entrañas del edificio. La vida suspendida de fuera, acaba posándose aquí, a esperar. El bar contiene una calma fosforecente, cuya banda sonora es el moscardeo de la nevera.

Se escribe a punzadas, a borbotón expresivo. La lectura de "Ramón y las vanguardias" me había inhibido la escritura. Es el riesgo de coleccionar libros de Umbral, viene uno y te pone en duda como escritor, creador, virtuoso. Te hace callar más que nada. Orbita tu flanco acomplejado. Inagura un período listonero entre la superación y la derrota. Uno disfruta de la obra maestra y a la vez ve el reflejo de sus limitaciones en su proyecto literario.
Por eso la punzada, el calambre creativo, desactiva por momentos la inhibición ante el coloso.
Poca gente sabe lo que es coger bayas del lenguaje en una mata inabarcable y esférica que te rodea cientos de veces. El lenguaje es monstruoso para un escritor por sus dimensiones. Es moverse en un magma optativo infinito, un coro de sugestiones atronador, que al final sólo puede ser unívoco y equivalente en resultado a un signo = matemático. Una vocecita llamada lucidez encuentra el grano acertado en el arenal de la playa del lenguaje, o un grano convincente próximo al ideal que seguirá invisible y coleando en algún lugar de la cabeza. Al final, el texto es un ejercicio gimnástico en que se ven estos clavados y piruetas magistrales, es una cuestión de precisión poética. Con Umbral te pasa como los rusos, ves su texto-ejercicio, empiezas a ver clavados uno tras otro, te imaginas la puntuación de los jueces, y sabes que después te toca a ti. Y uno no está para hacer clavados línea tras línea. Más si se es un animal de ideas y no de palabras. Si me he alimentado de conceptos, ideáticamente, que eso tiene una dirección y plantilla en el cerebro, mientras que la palabra se forja en otro barrio neuronal y obedece a conductas dispares.
Las ideas son el vigor de un texto, como sus músculos invisibles. La palabra es su carne y visibilidad, el tacto del espíritu de la idea.
Y en eso estoy, en visibilizar y arreglar para su exposición plástica, esas ideas cavernarias desprovistas de adjetivos y corporeidad.

1 comentario:

Jordi dijo...

Yes. Tu?