lunes, 25 de febrero de 2013

La sapiencia de los ayeres


De vez en cuando los paseos de tarde, que suelen marchar hacia el crepúsculo, suscitan evocar a la par el mundo pasado, que siempre fue más misterioso, incierto y esotérico, como el ambiente que ahora oscurece.

Cualquier tiempo pasado fue más rudimentario. Tiempos de antenas de televisión que se solucionaban a golpes "mágicos", en noches gélidas con leños en el salón y bolsas de agua caliente entre mantas peludas. Las onomatopeyas animalescas de un módem accediendo a internet, rechinando, en su conjuro chirriante, esforzado, herido. Como haciendo fuego con dos piedras parecía el módem prender internet. O la incertidumbre de un despertador con cuerda o campana, que podría fallar y no sonar. El fiel retraso de los trenes, impulsados por una mecánica desorganización. El mundo era más imperfecto, falible y sorpresivo. Todos y todo era más ingenuo, naïf, emocional. El día a día resultaba más misterioso y precario a la vez, emocionante pero porculero.

A uno le entra nostalgia de la parte misteriosa y negra, en hoy un mundo más aséptico, limpio, claro y explicado. Esa impotencia de comprenderlo todo, en oscuridad, y ponerse bajo la manta cálida de lo mágico y emocional. Esas noches de invierno en una carretera de montaña en que se estropeaba un symca, y no había más que frío y vacío, pero una tasca en la carretera, con un fuego, unas matutano de bolsa y la melancolía de Anillos de Oro en el televisor de madera, nos rescataba de la mortífera peripecia. La pobreza siempre tuvo radiadores de calidez, y una capacidad de discriminación más lúcida, antes de la amnesia que otorga el progreso. Y la nieve en el televisor...
siempre Fue de Ellos

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