viernes, 8 de febrero de 2013


Por debajo de los 10 grados puede pasear tutía, más sin el kit lanudo: gorro-guantes-bufanda. Han metido al bosque en una cámara frigorífica, una mano cósmica mete el pesebre terráqueo en una nevera de la galaxia, y en marzo lo vuelve a sacar.

Ayer me bebí las dos horas y media de la película Lincoln. Que es más un documental, de la recreación de la enmienda decimotercera sometiéndose a votación. El título es falsamente biográfico. La detallista recreación pasa. Te ilustra una época. Te mantiene la atención, no piensas en bocadillos, excels o tipos de parquet jaspeados. Bueno, pocas veces.

Te planteas con qué varita están tocados los niños estadounidenses para que cuando sean mayores vendan mucho más cine, corran más en los estadios o lideren los hitos tecnológicos de forma dominante. No es que entre complejo de mundo segundón, pero sus industrias parece que nos mean y que vivimos una inferioridad crónica. Que moviéndonos en el mismo horizonte temporal, con todas sus cartas visibles y en la mesa, algo de nuestro esqueleto se encasquilla, esos matices históricos no son tan nimios al presente y son astillas en las articulaciones y puntos vitales, dando un gigante estatal débil. Que no basta vestirse de moderno y gastar los mismos zapatos último modelo de país, que lo que falla es la carne, los órganos, la circulación, las hormonas. Como un niño algo malnutrido.

Leemos literatura de aquí y comemos cebollas de aquí, sustituimos el endulzante serial extranjero por el autóctono hace ya tiempo, y no compraríamos otro. En Finlandia aprenden castellano por Fiti, Santi y Josico, aka Los Serrano, jamón dramatúrgico. Pero montamos gadgets y pseudotablets Energy system, con los botones lábiles como dientes de vieja, y cuando llega el sábado de las series, les toca ponerse de etiqueta para ese corta y pega de gala que es el cine, entonces vendemos como castañeras y camioneros del melón, y ni dios paga una entrada por el cine trasplantado de series populosas. Vienen los americanos con el ordenador, la fantasía, y el glamour de los obesos, y nos abofetean en los rankings con su mercadotecnia nuestro ya grabado complejo de inferioridad. Porque siglos de tradición artística y literatura de una lengua, de un código, parece que no son suficiente riqueza acumulada en los sótanos de la creatividad para que venga Will Smith, se saque la chorla, y nos orine a todos en el jeto.
Necesitamos un presidente más verdulero y menos encorbatado, que mire que es lo que falta. Que aquí somos lerdos en tecnología, yo se la pongo, cuarto y mitad?
Que plante unas lechugas de silicio para el 2026, unos bananeros de bioindustria para el 30 o el 40, que estamos a principios de siglo y esto no cierra hasta el 5012 o el 6033, qué número tiene usted en la tanda?
Que de esta crisis no nos vamos a salvar, aquí pringa tutía y lamía, pero que si acaso los muebles sí que se salvan pobres y que tengan vida inteligente alrededor en el 2036 y el 2072, por eso de legar un futuro con contenido a los hijos, y tal.

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