martes, 5 de marzo de 2013

Barcelona y yo


Para volver de la ciudad a mi casa en coche tengo dos opciones: la ruta del coche de caballos o la ronda corbuseriana.
Casi siempre cojo el cinturón, opto por la celeridad, la inmediatez, el trámite de ir o volver. Pero en este día melancólico, seguí la Meridiana hasta donde nace en su tramo atípico, junto a nuestro central park. Allí prosigue la avenida de los borrachos, flanqueando la acera del frente del parque. Aduana nocturna entre los bares de poblenou y el born, por donde hemos paseado ebrios en bici pública, declarando el equipaje más ligero de la vida.

Ya en avenida Picasso, vale la pena reducir la velocidad a la de los carruajes, y admirar esa Barcelona de época, los soportales catedralicios de comercio, esa arquitectura de la dignidad, que rezuma ética. Frente marítimo y primero de Barcelona, señorial, logrado y robusto. Siempre en su gris azul. Paris litoral.
Testimonio de una época contemporánea a la que supera.

Circulo esta tarde apagada y triste por el lomo litoral de la ciudad, hoy vulnerable, sorprendida, indefensa de melancolía. Me dirijo a la siguiente entrada al cinturón, pero en el último momento me alío con el día y sigo su ruta bucólica, como ayudándole a no sumirse en lo gris, en el cielo ya casi blanco de la nada. Tiro para Montjuïc y me paro en el arcén, con la ciudad yaciente panza arriba, para escribir esta internada que campanea ahora a despedida. Un día, de aquí cinco o quince años, me iré de Barcelona y esta tarde aparecerá como un videoclip en la memoria. Porque a veces te entregas a un editado de escenas sin saber muy bien por qué, pero estás almacenando la cara más límpida de una persona, una ciudad, un paisaje, que inconscientemente quieres que tenga el mejor metraje posible en tu memoria.

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