miércoles, 20 de marzo de 2013

Clic al me frustra


Los contribuyentes, solemos poner a relucir nuestros logros, exitosos y certificados según nuestra propia vara de medir, antes que airear nuestras miserias. Veáse Facebook y todo lo que ha contribuido a la autoestima de cartón piedra.

Nadie exterioriza su caravana de frustraciones interminables. Están todas debajo del sofá como si hubieran desaparecido.
Yo probablemente moriré sin vivir temporadas en muchos sitios. En Grecia, y tampoco habré conseguido hablar griego. No residiré en Estados Unidos, ni quizás llegue a hacer ni un road trip. Ni tendré una experiencia africana, ancestral, precaria, aventurera, humanitaria. No viviré en Amsterdam, ni patearé una serie de lugares perdidos como Kazastán. No veranearé en Irlanda ni tendré casa allí. No seré argentino, ni de adopción.
Tampoco seré catedrático rascahuevos de Filosofía, ni promocionaré una vuelta a los psicodélicos como solución cultural específica, no colonizaré la ciencia como profesión y seguiré desterrado de la bioquímica, continuaré siendo un don nadie en el ámbito cultural hasta los 36, o hasta los 76. Ni conocí a Pepe Rubianes, y probablemente no trate ni a David Trueba, ni a Sánchez-Arévalo, ni a Oliver Sacks ni a la viuda de Umbral. Ni me follaré todo lo que me señale un dedo designador de harenes semanales. Ni mensuales. Ni anuales. Pero la gente cuando acaba su período laboral y empieza vacaciones, se pone a aplaudir y a soltar frases en coro, como pone fotos escaparatistas aplaudiéndose y celebrando su absoluta y llana mediocridad almacenada. Y a base de este pedalear se segrega autoestima lechosa, mientras las paredes macizas de toda la vida esperan más implacables.

El ser humano tiene una asombrosa capacidad para conformarse con su pequeña parcela. Soñar es gratis, y luego a aquel chaval desgarbado que chutaba piedras, hoy la vida le ofrece una fábrica de sueños por chutar bien el balón. La existencia canónica es errática, caprichosa y algo lotera.

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