viernes, 29 de marzo de 2013

El pasado según Jordi Santamaria


Entramos en la bahía de semana santa, a punto de llegar a amarre. Autocares de pájaros llegan a nuestras costas a veranear, sus huellas ya se ven en las dunas de la playa.

Caigo en la cuenta que ando descapitalizándome, casi ya dos años sin vivir en la capital tras más de una treintena en ella. Poco a poco se apaga el eco de esos años - el pasado como torrente fantasma de hábito poblando el presente - y ya no estoy de paso tras mi mudanza, sino que enraizo nueva patria, empiezo a ser un colono más en el delta de este río. A su vez la capital pasa de centro a satélite, a patio trasero.

"El pasado como torrente fantasma de hábito poblando el presente ", es lo mismo que decir que el presente nunca es puro, o más radicalizado, que el presente no existe.

Siempre va con meses de retraso, se actualiza cuando el pasado apaga su influencia y entonces se redefine, se convierte ya en presente (pero interpretado y pasado).
Aquí todo es a tiempo corrido.

Digamos que las cosas se actualizan, de forma similar a la tecnología, todo es una sucesión de versiones, incluso teniendo diferentes nombres. La tecnología es quizás la rama más lúcida de la cultura, nítida al menos.
La tal Priscila novia nuestra, no sería más que el dos punto cero, punto cuatro, de lo mismo, de nuestra serie llámalo "amor", que tiene unos nodos indiferenciados pese a que ellos chillan su singularidad de forma acuciante.

A veces inaguramos presentes con pompa, bandas de música y autoridades. Episodios que creemos novísimos y otros. Pero el asistente más populoso de esas inaguraciones es el Pasado disfrazado que no vemos. Nos olvidamos que el pasado es siempre nuestro séquito, incluso en las grandes inaguraciones de épocas y etapas. Del pasado no hay que huir porque es infactible, poco a poco va difuminándose y cae como una cola mudada, al mismo tiempo que se almibara.

Todo este proceso de desvanecimiento del pasado va acompañado de una fermentación emotiva que lo dulcifica. Cuando pierde su vigencia, cuando son sólo recuerdos, parece que tengan condición de muertos y se les tiene nostalgia. Gozan de un halo de cariño de otro mundo, un aura memorable, un altar perdido donde ya no volverán. De ahí lo de "cualquier tiempo pasado siempre fue mejor". El presente por actual siempre tiene su aspecto metálico, su qué de herramienta, su azul, su frescura de animal vivo y modernidad, el bloqueo de cualquier memoria por su desgranar continuo, y la incorruptiblidad de unos ojos que ven frente al laboratorio de edición del pasado. El pasado se almibara siempre. Recordar, evocar, es entonces glucémico.

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