domingo, 31 de marzo de 2013

Parque de la Ciudadela, sábado de abril a las 16:30 de la tarde


En el parque de la Ciudadela nunca faltan las tribus. En alguna parte de la ciudad se renuevan las cepas de malabaristas, saltimbanquis, equilibristas, y acuden las nuevas generaciones. Creo en el regeneracionismo circense de parque urbano.

Ya es primavera y el parque es Woodstock, una playa de césped desenfadada y hippy. Lorenzo pone el sol y los parterres están atestados de gentes. Hay un perfume cannábico de fondo, y parece que en la entrada los funcionarios del parque reparten unas guitarras, o salen de los árboles de este parque libertario. Los perros, bondadosos, con pelaje de domingo, asisten a los conciertos, son un civil más de la ciudad, a veces se van a dar una vuelta vagabunda y regresan.
Los turistas cruzan el parque y se quedan, vuelven a sus países y cuentan lo ahippiada, libre y parquense que es Barcelona, qué encantadora, qué cercana. Y no saben que barceloneses hay bien pocos, que aquí piden pasaportes y pasamos el medio centenar, que esto es la onu de sábado, una excepción barcelonesa.

El parque parece un campo de batalla lúdico, cada cual a su menester, dos cientas historias privadas corriendo paralelas y descalzas. Tertulias, ligoteo furtivo, baños de sol, tribalismo, tarde echada y pasarratos. Hay un resol, una neblina de esplanada luminosa y una atmósfera de laxitud, permisividad, relajación herbal.
Hay cocacolafantacerveza, suecas al horno, argentinos rapsodas, funambulistas de cuerda, mods despistados, subsaharianos en festivo, hurones de paseo, hindús dándole al cricket, futboleros frustrados, eslovacas vendiendo repostería, drogas de viejo, libros desclasificados... un gran desván cosmopolita y rupestre.
Sí los hay locales, barceloneses de mayor o menor antigüedad que resuelven el fin de semana yendo como hábito al parque con mayúsculas, donde todo es posible aunque adormecido, ensiestado de sábado tarde.

Es temporada alta, álgida, en este lugar de la ciudad. Poco a poco oscurece y la tarde reclama un desenlace, una resolución que la naturaleza siempre facilita con su pasar sintomático.
Al siguiente sábado regreso, en manada, con refrigerios, estupefacientes, niños, tambor, y perro.

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