domingo, 24 de marzo de 2013

Sábanas sábados boste-zos


Los sabados no despiden apenas olor a productividad. Uno se contagia de la festividad común y se mimetiza de trabajo caído. Son amarillos y sabaneros. El escritor tiene siete domingos, una semana laboral en que el ocio puede campar y colonizar cualquier instante sin ataduras, y la creatividad debe imponerle su dictadura página a página. Y así se te podría ir la vida sin terminar libro alguno hasta los setenta, de despiste en despiste. El artista es el autónomo elevado al cuadrado, sin proveedores ni clientes, ni llamada de teléfono alguna, que son las espuelas de todo trabajador. Se cortan las comunicaciones con todo el mundo, se trabaja en una cueva, y a veces las temperaturas de la inspiración se dan a bajo cero. El único proveedor es el acervo lingüístico, ni más ni menos, el idioma que puebla invisible la cabeza. Como mucho algún escritor muerto inocula lenguaje desde libros viejos. Y los clientes, no son más que un teórico coro de lectores sin rostro, imaginados, igual de etéreos, en esta profesión donde todo es vaporoso y espectral.
Así que el guión de los días, su esqueleto de rutinas, debe ser levantado de cero, no anda prefabricado como el de todo el mundo, los que visten de paisano y no de batín. Me hunden los sabados sin guión alguno, porque te cubres los laborables prevenido, pero a veces para el sábado no habías cocinado planes y te pillan en vacío de rutinas cuando el resto de gente huele a quedada, trámite y excursión.

¿Qué sabadea las mañanas? La presencia indiscutible de Alba, tras su ausencia oficial de los laborables, y su alta en los sábados y domingos. Ella rige el presente, cerca de la omnipresencia, y desnaturaliza la misma mañana de lunes a viernes, la transmuta repleta de niñez. Sabadea la atmósfera de sonido, más poblada de criaturas vecinales que no trabajan. Y la tele, que con Alba se presta más al encendido, da la esencia óntica al sábado, lo constata y lo cierra, con sus programas de arrastre, resacoides. Si se sale a la calle, el día también sabadea con la proliferación de cascos hormiga de bici, con los niños y los padres bajo él, libres del trabajo y como hormigueando el espacio de la tregua.

Pero las custodias compartidas dan niños intermitentes y familias alternas. Este sábado no toca, y tampoco es un día ocioso recorrido de niño. La pareja construye bodas los sábados y para mí es un laborable con el pie ya cambiado. Es un día suelto, soltero, sin resaca por en medio ni juerga reciente. A las 15 h cojo un libro y lo hago laborable, tras vacilar cuatro horas la identidad de los días. Gajes de la libertad, desmedida, de artesano anónimo de la imaginación.

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