domingo, 21 de abril de 2013

Berenjenas y guettos


La ciudad vieja también mantiene su espíritu gremial. Te encuentras una calle con tres o cuatro tiendas seguidas de ropa especializada de bebé, más allá otras tantas pegadas de artículos de boda, acá marmolistas, allí iconografía religiosa... Cuando en media faz del mundo ya se han extinguido muchas especies comerciales, en Palermo aún funcionan las tiendas de afiladores, o todavía te invade las fosas nasales la exhuberancia tostada del café al pasar por el comercio de torrefactores. Venir a Sicilia es en parte viajar al pasado. Recuperar treinta años es razón más que suficiente para hacer unos miles de kilómetros. Ya nada volverá a ser como antes. No es una sentencia sentimental, aparte es una sentencia cosmológica y categórica. Colarse unas décadas a la actualidad, es un pequeño milagro.
Quien fue en algún momento Medina, mantiene siempre un zoco abierto. En Palermo hay calles interminables ocupadas por tenderetes redundantes que venden fruta y pescado principalmente. En un zoco ha de haber redundancia, comercios repetidos, y el tema de las licencias comerciales muy dejado de la mano de Alá.

En Sicilia las pescaderías tienen enormes bombillas que funcionan de día, como en la metáfora de Nietzsche de los hombres con linternas destellantes a mediodía. Este modo lumínico de altar, homenajea al pescado. Tal es la cosmética que gastan. Los pescados en Sicilia son relucientes como medallas del mar, mientras los ves pasar callejón arriba. Y el atún es tratado en un despacho aparte, con su monumental cabeza dando fe de la magnitud del ejemplar, y un experto cortador rajando a conciencia esas rodajas rebosantes de carmín y de mar.

Calle abajo escaneas la exhuberancia de la abundancia frutal. Berenjenas tumoradas, como un tomate gigante y lila. Berenjenas diversas y locales, pues Sicilia es eso, un berenjenal. Calabacines cual palos de metro y medio, verdes brillante. Alcachofas liliáceas con espinas. Fresas de pitiminí.
Mientras escuchas esa habilidad de hacer picar la ce hache y sonorizarla, que le da un brillito atractivo al lenguaje oral, lo hace más charolado.
Luego te topas con una catedral sin un ápice de gótico, al igual que muchas iglesias de la ciudad, de ese pulcro neoclásico tan poco atractivo. Exterior monocorde, paredes blancurrias, aspecto de funcionariado religioso, el barroco a tomar viento, una gran oficina limpia, amplia y ventilada. Edificios colmo del aburrimiento.

El zoco acaba dando a unos barrios donde la marginalidad es palpable. Son guettos, lunares de una sociedad no resueltos, maneras de asfixiar al tercer mundo a domicilio. Un guetto es eso, que en una oquedad del primer mundo, el tercer mundo venga a parar, emigrando, para seguir siendo una república igual de precaria en medio de la riqueza. Es la anticolonia, una expedición fracasada a la Metrópolis, pero más que eso es una constatación de la teoría de la Involución de la Especie, porque el verdadero fracaso es el de la propia sociedad, el de la Metrópolis. Que ni organiza antes, ni ahora puede integrar en crisis, y ni se preocupa después por el guetto. Hasta que ya tarde, colmo de la desidia, se da cuenta de todos los males que salen de ese guetto, que es una malformación del primer mundo en el tercer mundo, pese a que se acabe extirpando y encerrando a los débiles.

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