lunes, 3 de junio de 2013

Literatura de playa


El calor. El aire es más espeso, levemente más denso y dilatado. Las junturas de nuestra habitación planetaria, la dilatación, y la temperatura. Ese mecanismo calefactor que no es triste, es posibilista como un verano, pero un proceso tenaz y pesado en paralelo. Se prohíbe salir a la calle a según qué horas, un toque de queda térmico y cabal. Se impone el remojo, que ya deleita más a nuestra vena cachorril, se prescriben cremas, lociones de protección contra la calidez extrema y la exhuberancia de la vida insectívora. Andamos casi en pelotas, libres, primates, sólo encriptando la parte genital, cipotesca, chochada, la de los flujos espesos, la que marca el límite de las parcelas de unos y otros, que es nuestra particular, animal y respetada manera de poseernos.
El bikini como muralla de la civilización.

Los pueblos se guirifican. Podría existir un simpático sello de correos con el guiri, la copa de cerveza y la gamba, una graciosa efigie civil de lo que somos un par de meses. Y qué cojonuden están estas ganbas liebe, y qué baratas, y qué tiempo, el milenio que viene también volvemos. No sé por qué no hay sellos de paellas y no se venden.

Ahora vienen los guiris chochos de mayo, seniles, eslavos, con ofertas de temporada baja y todo el litoral para ellos. Es trágico nacer en esas latitudes, y tener de todo menos sol. Si cerrásemos nuestras fronteras, quizás se volverían a enajenar con sus derechas e izquierdas satánicas.

Hace un día de playa macanuda, definitiva. Los playistas hoy no pliegan hasta las siete. Hay gente que en sus aficiones coloca la playa al lado del cine y la música. Yo los miro poco, sigo arácnido escribiendo por iphone. Para ellos, whatsappeo, un tío con bermudas que dialoga con su gente, está quedando, nada extraño, no me analiza y lo publica. Ya.
La literatura nunca fue tan sibilina, la prosa nunca lució mayor camuflaje.

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