sábado, 27 de julio de 2013

Fecha de consumo preferente de las vocaciones


Las vocaciones son impuras, pese a que emerjan y ondeen tan auténticas. Suelen florecer en una época temprana y adolescente, con el brío y vigor de ese tiempo, y sin apenas poso, contraste o desenmascaramiento. Son tan identitarias, faciales de la personalidad, como una primera piel adulta y blanda.

Pero una vocación es sentir la necesidad de. Imperiosamente. Si alguna vez acumulamos un imperio personal, el manantial remite a esa necesidad. Sentimos una fuerza motriz enorme, la plenitud de un yacimiento de combustible, hasta el stand-by centrifugador de unos motores a reacción esperándonos. Esa gran mariposa del vientre que se quedará ahí toda la vida, si no se la deja volar. La simiente de aquello que llamamos nuestra realización. Como si fuéramos todos un espectro inacabado, un borrador biológico fabricado pero no firmado, un objeto con una herida que sangra sentido. Y cada cual siente su imperiosa necesidad, su vocación, que ya no sabemos si es la casilla optimizada de nuestras potencialidades, o el modo encubierto de curarnos toda nuestra herida acumulada.

La vocación suele ser generosa, noble, nada colérica si no la atendemos. Se guarda como un pequeño tesoro que se enseña brevemente en conversaciones íntimas de madrugada. No hay elucubración antes de una vocación, es intuición, olfato, imantación conductual. Después podemos hacer treinta oficios distintos, nadie muere por sólo no satisfacer una vocación. Pero sirve de campo base suficiente, propicia, dota, aventaja, allana. Se precisarán luego grandes capazos de mala suerte para trastabillar ese convencimiento de ocupar un destino.

Pero sí, detrás de una vocación yacen necesidades insatisfechas. La pulpa, los bultos gelatinosos de nuestra psique, que claman un equilibrio desde la infancia, en la penumbra, muy bien camuflados, y blindados. Nuestro foco vulnerable, perentorio, mendicante, apenas ventilado, muscula esa cadena motriz que llega a la vocación, y se airea, se relaja. Es nuestro modo pacífico de realizar nuestro yo y redimir nuestro ego. Existen otros mucho menos civilizados, que empiezan con una metamorfosis maligna de esa mariposa abdominal no atendida. Las vocaciones podridas acaban generando bárcenas y monstruos.

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