martes, 20 de agosto de 2013

Apareamiento impar


Mi primo, que las mide, las pesa, las certifica con la mirada, como un sexador de pollos, un homologador de belleza femenina.
Todos lo hacemos, tenemos un calibrador biológico, pero él, y otros, no lo tienen de adorno, lo tienen operativo, procesual, útil. El resto del mundo dedica una vaticana sonrisa a la belleza. Para ellos es una realidad dúctil y asible. Excita ese órgano sensorial que se llama límite, en este caso listón, el mundo de lo franqueable, la superación. Porque detrás hay una preparación olímpica, ella es tartán, estadio, prueba. Depende de la despensa, el historial, las preseas, hay mayor o menor enemigo interno con los nervios.
El cuerpo telefonea, la hormona capitanea la vida, son las llamadas de los instintos, sin intermediarios de por medio. Yo, la chica, playa, imantación de conducta hasta colonizar, plantar la banderita. Yo, la chica, su cara, yo-quiero. Luego sí, será limpia, las bes y las uves las respetará un módico 70 %, y será muy amiga de sus amigos.
Pero existe el botón, el botón no nombrado del pibonismo y sus efectos, cuando la realidad se suspende maquinaria, es otra, y sólo se reanuda cuando se gana o se pierde esta nueva semifinal carnal y fortuita. Nos enajenamos de belleza particular y transitoria, como unos homínidos muy bien disimulados.

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