jueves, 22 de agosto de 2013

La epifanía de Bracklin Falls


Un lugar sagrado debería ser un lugar energético. Yo no creo en las supersticiones fáciles, asquerosamente simbólicas, diana de los humanos sugestionables, con décimas o enteros de psicoticismo. Un lugar energético como una estancia generosa donde la energía llanamente te invada, no necesites meditar ni concentrarte, sólo estar allí y que tus sentidos funcionen. Mucha gente puede pensar en parajes idílicos, vistas contempladas que maravillan, pero la mayoría de ellas son estáticas, cuadros, provocan la felicidad contemplativa del arte. Ayer estuve en un lugar energético, epifánico,  y la verdad que no recuerdo el anterior en el que estuve si lo hubo. Era un cuadro dinámico, y no sólo participaba la vista.

La paz atronadora y batida en Bracklin Falls, del agua caramelo desenfrenada en el torrente. La caída del agua resonando sin cesar en todo momento de la experiencia, con su volumen adecuado, acaba siendo el mantra, el asedio de la energía en forma auditiva. Sin querer te conviertes en turbina cognitiva, miras la gruesa caída del agua, y diriges la mirada al torrente apresurado, toffee, que quiere bajar frenético, mientras sigues oyendo el murmullo atronador de su inminente pasado. Una circunferencia sensorial. La energía radiada por los borbotones de agua, teñidos de turba, renovados sin décima de tregua a otra cosa que no sea vida. Tú eres el trombo previo, que acude allí, criatura estancada con millones de células en frenético trasiego silenciado. Entras como un tronco de piel hueco, un bloque aséptico, y el turbión de agua hambrienta, colérica de entrañas, te avasalla y te revoluciona tus bornes dormidos, esa energía hidráulica y bosquimana, se empieza a transmitir estéticamente, sensorialmente. Ese recodo del bosque es maná, fortuna natural, una fábrica de vida, radiador vitalista, con su excedente perpetuo y loco de agua brava, vida precipitándose, vida derrochada, que nunca se agota, ni silencia, ni termina. Es como un ojo del tiempo, una boca de la vida enclaustrada en ese punto, que nunca cesará de desbordarse, como un agujero negro para fuera. Es una fuente de vida literal, una metáfora perfecta.

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